Por Juan del Sur

El diputado Nicolás Massot propuso hace unos días que los argentinos tenemos que reconciliarnos como se hizo en Sudáfrica.

Hace unas horas aclaró que su pedido de reconciliación fue usado “políticamente”, por eso ahora nos dice que “la reconciliación o el perdón son figuras complementarias que vienen después, en el tiempo, de las de memoria, verdad y justicia”.

Así que Nicolás Massot está dispuesto a ejercer la memoria, a que se sepa la verdad y a que la justicia se imponga.

Vamos a ayudarlo entonces.

Estimado Massot, sepa en principio que la memoria es un registro que las clases dominantes falsifican, y la verdad, un diario que se escribe según la versión del poderoso.

De eso usted sabe bastante, porque forma parte de esa clase, y su abuela, dueña de La Nueva Provincia, hubiera terminado en un pabellón de lesa humanidad, si esas políticas de memoria, verdad y justicia que ahora usted exige, siguieran vigentes.

Según sus propias palabras usted se opone “que un conflicto del pasado se perpetúe por generaciones casi sin continuidad de solución”.

Pero debe saber que éste no es el primer conflicto que arrastramos, diputado.

En junio de 1955 más de 300 personas fueron asesinadas por sus propias fuerzas armadas.

De ese asesinato masivo no hubo juicio, condena o arrepentimiento, sino el orgullo de los verdugos por haber exterminado a todos esos argentinos.

Tal es así, que cuando a uno de los atacantes, el teniente de corbeta Máximo Rivero Kelly, se le pregunta si alguna vez se arrepintió de lo que hizo, responde: “No. Además, a posteriori de la revolución, todos querían ser amigos nuestros porque estábamos en el bando de los ganadores”.

Las palabras del asesino Máximo Rivero Kelly, se reflejan tres décadas después en las del genocida Miguel Etchecolatz, cuando dijo “nunca tuve ni pensé, ni me acomplejó culpa alguna…

¿Por haber matado?

Fui ejecutor de la ley hecha por hombres. Fui guardador de preceptos divinos. Por ambos fundamentos, volvería a hacerlo”.

Esos preceptos divinos llevaron a Etchecolatz a matar a Patricia Dell´orto aunque ella le rogara “¡por favor no me mates! lleváme presa de por vida pero dejáme criar a mi beba!”… y tal como contó Jorge Julio López “él le sonrió…y delante mío le pegó un balazo ahí mismo”.

Como ve, diputado Massot, ninguno de estos asesinos, celebrados en las páginas de La Nueva Provincia, se arrepiente, ninguno pide perdón; sin embargo, en la tapa del libro “La otra campana del Nunca Más” escrito por Miguel Etchecolatz, se lee claramente un subtítulo “Por la reconciliación de los argentinos”.

Usted se apropia del tríptico “Memoria, verdad y justicia”. Hágase cargo entonces. Empiece por encontrase con Lidia Papaleo y pídale que le cuente todos sus tormentos.

Escúchela cuando dice “me pegaban, escupían y me aplicaron picana en el pecho, abdomen y genitales e incluso llevaban gente para ver cómo me atormentaban”.

Memoria, verdad y justicia, pide ahora usted.

Vayamos entonces a esa memoria larga, a los 300 muertos de la Plaza, a los 1500 heridos del 16 de junio de 1955. ¿Reconciliación, Massot?

Jamás.

No hubo proceso judicial ni indemnización.

¿Qué se hizo del verdugo que un año después, en 1956, asesinó a seis ciudadanos argentinos en un basural, sin juicio previo?

Hoy ustedes lo llaman “presidente” y exponen sus cosas en el museo de la Casa Rosada.

Sí, a ese rango elevaron al asesino Aramburu, así que ¿con qué cara viene usted, Nicolás Massot, a pedirnos memoria, verdad y justicia?

Hacia el fin de la dictadura, su familia no buscó reconciliación, solo abrió el paraguas ante la verdad que avizoraba, ante la memoria que galopaba desde el pasado, frente la demanda de justicia.

Con estas palabras precisamente, se burló del genocidio perpetrado gracias a su invalorable colaboración en una editorial del 6 de abril de 1981. Escúchelas con atención:

“¿Cuántas ‘baladas del desaparecido’ se entonarán en la próxima década?

¿Cuántos rocks lentos que aludan a secuestros en la madrugada?”

A dos de estos secuestrados en la madrugada, la familia Massot los conocía bien. Miguel Ángel Loyola y Enrique Heinrich, delegados gráficos de La Nueva Provincia, fueron arrancados de sus casas el 30 de junio de 1976 y sus cuerpos aparecieron cuatro días después.

La Nueva Provincia les dedicó dieciocho líneas a los asesinatos, aunque un año antes, había sido un poco más elocuente cuando se refirió elípticamente a ellos.

En un editorial escrito por su abuela, diputado Massot, se habló sobre: “la labor disociadora de algunos delegados obreros cuyos fueros parecieran hacerles creer temerariamente que constituyen en verdad una nueva raza ‘invulnerable de por vida”.

No fueron invulnerables, sobre todo porque su abuela, estimado diputado, le indicó al general Osvaldo René Azpitarte: “No nos queda otro remedio Osvaldo, hay que chuparlos por izquierda”.

¿Desde qué escala moral nos pide usted que nos reconciliemos o en su nueva versión de las últimas horas que ejerzamos la memoria la verdad y la justicia, diputado Massot?

¿Desde las posiciones de La Nueva Provincia que denunció que Etchecolatz padeció en la cárcel “inconcebibles agravios y padecimientos”?

Si usted quiere hacer memoria, hagámosla juntos.

Así llamaba La Nueva Provincia a todo ciudadano que se opusiera al régimen militar: Organización terrorista, Grupo criminal, Régimen criminal, Bandas terroristas, Organizaciones clandestinas de izquierda, Delincuentes subversivos, Criminales, Organizaciones criminales de izquierda, Militantes fanáticos, Encapuchados.

Sigamos ejerciendo la memoria.

Este es un fragmento del editorial que el 24 de marzo de 1976 publicó La Nueva Provincia, un editorial escrito por la abuelita Diana:

“Enemigo es, salvando cualquier duda, el aparato subversivo en todas sus facetas; el “sacerdocio” tercermundista, que, desesperanzado de alcanzar el cielo, intenta transformar la tierra en un infierno bolchevique; la corrupción sindical, que lejos de considerar al trabajo “orgullo de la estirpe”, le ha rebajado, convirtiéndolo en un vil chantaje y holganza; los partidos políticos, nacidos, según sus encendidas mentiras, para servir el bien común, pero, desde sus orígenes, sólo interesados en subordinarlo a mezquinos intereses de comité (…)

Al enemigo es menester destruirlo allí donde se encuentre, mas destruirlo sabiendo que sobre la sangre redentora debe alzarse la segunda república.»

La Nueva Provincia se anticipaba por el contrario, al ejercicio de memoria e intentaba manipular la verdad de antemano con estas afirmaciones cínicas: “¿Cuántos libros titulados ‘Hablan las madres’ o ‘Hablan los hijos’ no proclamarán el genocidio y solicitarán un Nuremberg?’”

Por respeto, Nicolás Massot, porque su tío fue el primer periodista procesado por crímenes de lesa humanidad, porque el diario de su familia fue un instrumento de una dictadura genocida, porque es injusto culparlo a usted por portación de apellido pero, por revistar en el mismo bloque ideológico, económico y político, puesto en las mismas circunstancias históricas, haría usted exactamente lo mismo, le pedimos que al menos haga silencio.

Ya Lopérfido y Andahazi, entre otros, han sembrado la semilla negacionista, ya esta justicia dejó en su casa a Etchecolatz, ya las calles están militarizadas y la protesta social se criminalizó.

La memoria, la verdad y la justicia, son tres doñas que no nos hablan solamente del pasado, nos anticipan cómo va a terminar este experimento del que usted forma parte.

Así que más respeto con ellas y más respeto con su propio futuro, que las afirmaciones hechas hoy se ven muy feas más adelante cuando se hacen desde el odio de clase.

Con solo revisar los archivos de “La Nueva Provincia”, usted debería saberlo.

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