Columna de Darío Speranza
Ex intendente de Chivilcoy
La
Argentina implosionada, corroída por el capital financiero y la impericia del
gobierno de Macri, no solo tiene en vilo a todo un país, no solo sumerge en la
pobreza y sufrimiento a millones de argentinos, sino que no nos deja ni un
minuto para reflexionar de otras cosas. Pero resulta que aún al borde del
abismo –una vez más- debemos intentar poner algo de luz sobre lo que cada uno
representa.
En este
caso lo hago sobre la ex presidenta. Creo oportuno decir que el destinatario
principal de estas líneas es el vasto, variopinto y heterogéneo conglomerado de
argentinos que se reconocen a sí mismos como peronistas. Sean simpatizantes,
militantes o dirigentes. ¿Hay algo que no se haya dicho de CFK en los últimos
20 años? Creo que no. Se ha dicho todo. ¿Vale la pena recordarlo? No hace
falta.
Solo
decir que muchos de los elogios que propios y extraños han derramado sobre ella
no se comparan en absoluto con la mayor catarata de insultos, improperios,
amenazas y descalificaciones que una porción más o menos importante de la
sociedad le ha dedicado y le dedica a diario.
Yo no
registro a nadie a quien se lo haya maltratado como a ella en la vida política
argentina. Me cuentan que con Eva –Evita– fue igual o peor. Y puede ser. Pero
no es este tiempo. Ni fue mi tiempo. Entonces, ¿qué más decir de ella, qué otra
virtud o defecto podremos agregar que la rescate o la condene y que no se haya
dicho? Pues bien, ni una ni otro.
Solo
intentaré desarrollar algo que creo que, de manera incipiente pero sostenida,
se viene consolidando en vastos sectores de la sociedad. Sabrán disculparme
sociólogos, analistas y consultores por tomar riesgo y entrometerme en un campo
que no es el mío. Pero mi experiencia política –humilde por cierto– me lo
permite.
Cristina
empieza a dejar de ser Cristina. Está rompiendo todos los límites personales
tanto para sus defensores como sus detractores. Cristina comienza a ser un
símbolo. Una representación simbólica de un colectivo que claramente supera su
propio pensamiento y sus propias acciones. Cristina ya es como un grito de
guerra.
Me
recuerda sin dudas al Perón vuelve. Cristina representa a una generación que la
política siempre desdeña, una generación que conoció nuevos derechos. Cristina
es cada uno que hoy se siente perseguido y oprimido. Cristina son los pibes y
las pibas por el aborto legal. Cristina son los postergados eternos de un
sistema que aún con ella no pudieron progresar.
Los
representa de manera inconsciente. Y opera sin quererlo. En ella y en ellos.
Por virtudes propias, y sobre todo por tremendos errores ajenos, pronunciar su
nombre despierta todas las pasiones. Y profundiza una grieta que ella no ha
inventado. En todo caso la visibiliza, cristaliza.
Decir
Cristina es la mayor amenaza no solo para el gobierno, sino también para los
que solo han conseguido privilegios económicos a costa del sufrimiento de la
mayoría. Ella genera enorme resistencia, pero a la vez, es la resistencia.
Resistencia al negacionismo, resistencia a los intentos de borrar años de
conquistas sociales y políticas.
Resistencia
de los que no se resignan a ver, una vez más, cómo se esfuman los sueños de sus
hijos. Aunque inequívocamente me identifico con ellos, sé que a su vez ella es
para muchos otros la representación simbólica de todos los males de la
Argentina.
Nadie
duda del rechazo que genera. Pero justamente, lejos de desmentirme, confirma
que por ambos extremos de opinión, su presencia tiene en la vida política una
centralidad casi excluyente. Por cierto, queda claro que detrás del “vamos a
volver”, muchos expresan el deseo de que sea ella, y solo ella, la que se
cargue a todos.
Flaco
favor le hacen a Cristina y al proyecto nacional y popular. Y también queda
claro que detrás del “no vuelven más”, muchos otros expresan el deseo
irracional de borrar de la faz de la tierra todo lo que huela a peronismo.
Flaco favor que le hacen a la Argentina. No confunda el lector estas líneas con
una apología cerrada de CFK, dado que ella –el personaje real, no el símbolo-
deberá extremar sus esfuerzos para capitalizar esto.
No en favor
propio, sino en función de lo que está representando. Aumentar su simbología
positiva y disminuir su negativa. Deberá emprender diálogos sinceros con mucha
humildad y autocrítica e intentar, de una buena vez, liderar a todos. Aún con
desconfianza, con diferencias, con recelos personales, con pequeñas (o grandes)
traiciones.
Y aún sin
ganas. Porque a mayor representación simbólica, mayor responsabilidad.
Asimismo, creo que dirigentes y militantes del peronismo, con las enormes
diferencias que pueden tener con ella en términos políticos o personales, no
deben desconocer esta dimensión simbólica. Por una razón sencilla. No podrán
ganar en 2019. No hay ninguna posibilidad de derrotar al actual gobierno el año
próximo si no se produce una apropiación, también simbólica, de aquellos
valores que ella representa.
Camino
difícil por cierto, pero no intransitable. Porque es difícil explicarle a
alguien que ya es un símbolo, y que además mide 35 puntos, que debe correrse en
pos de otros dirigentes que miden mucho menos. Y porque es difícil explicarle a
los otros, que aun con riesgos de regreso a errores del pasado, prescindir de
cristina puede sumergir al peronismo en una crisis terminal de representación.
Con ella,
aunque más no se simbólicamente, todo.Sin ella, poco y nada.
Si
hacemos el esfuerzo por alinear estos planetas, permítanme la humarada: si , se
puede!.
Se puede.
Pero además se debe. Solo así podremos reconstruir los puentes con toda la
sociedad.
Creo que
este es el camino. Pero que se entienda bien. Que todos hagan lo que les
parezca mejor. Porque en realidad, no es arreglar o no arreglar con Cristina. Es
mucho más que eso.
Porque Cristna
es mucho más que Cristina.
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