Siete por ciento de inflación en 
septiembre, la industria cayó el 5,6 por ciento y es el cuarto mes 
consecutivo de caída. El salario y las jubilaciones perdieron el 14 por 
ciento o más en la gestión macrista. Corolario: ni las empresas ni los 
trabajadores soportan una segunda temporada de esta serie de terror, 
pero el 40 por ciento de los porteños volvería a votar a Macri. 
En la 
misma semana se conocieron esas cifras igual que la decisión 
presidencial de apartarse de las negociaciones por la deuda 
multimillonaria que las empresas de su familia tienen con el Estado 
argentino por el Correo. O sea que el 40 por ciento de los porteños 
votará otra vez a  Macri, pese a que su situación económica 
empeoró junto con la del país en general.
El 40 por ciento de los 
porteños votó a una persona que tenía una deuda millonaria con el Estado
 y volvería a votarlo pese a que una de sus primeras acciones fue tratar
 de autocondonarse esa deuda que en un momento era de 70 mil millones de
 pesos y ahora por la devaluación debería ser el doble. 
El fenómeno de 
ese 40 por ciento de porteños que registró la encuesta de Aragón será 
motivo de análisis de biólogos y sociólogos del futuro como la leyenda 
del suicidio masivo de los lemmings que se lanzan al vacío. El odio 
alimentado por los medios oficialistas que se sintieron en peligro por 
la ley de medios antimonopólica del gobierno anterior, parece más fuerte
 que la realidad objetiva de un país cayendo por el precipicio.
Todo el mundo sabe que el corazón de la corrupción ha estado en los 
principales contratistas del Estado. Todo el mundo sabe que están 
cartelizados desde siempre. Y la cartelización no es para pagar coimas, 
sino para apretar al que está del otro lado de la mesa, que es el 
Estado. Las grandes fortunas de este país, incluyendo las oligarquías 
como los Anchorena, se amasaron como contratistas del Estado que eran 
retribuidos con extensiones de tierra. 
El 40 por ciento de los porteños o
 más votó y votará a uno de los dos principales contratistas de obra 
pública, junto con Techint. La vilipendiada constructora de Lázaro Báez 
es una hormiguita al lado del grupo de empresas de la familia Macri. Y 
la deuda del Correo es apenas uno de los negocios en los que esas 
empresas se favorecieron a costa del Estado. Otro negocio reciente: el 
soterramiento del Ferrocarril Sarmiento en sociedad con la coimera 
internacional reconocida de Odebrecht.
Es increíble, al punto de la exasperación, que personas adultas 
puedan creer el mito de los tres PBI que se habría robado el 
kirchnerismo. El monto es tan  absurdo que pone en duda todo lo demás 
que se ha dicho. No existen ni tres PBI, ni uno, ni ninguna fortuna que 
se entierre como en el cuento de la isla del Tesoro. Eso hacían los 
piratas de las novelas. Los piratas de la vida real lavan su dinero con 
la ayuda de los grandes banqueros o lo esconden en cuentas y empresas 
offshore. 
No hay narco, contrabandista o corrupto que entierre su tesoro
 y lo paralice. No existe. Es un mito para los que no tienen idea de 
cómo se mueven las grandes fortunas en el planeta. El entierro de los 
PBI y los movimientos que mostraban los noticieros oficialistas de esta 
semana en el mausoleo de Néstor Kirchner, donde aseguran que había parte
 de los PBI, son el cuento de Disney que arman para ese 40 por ciento 
que está dispuesto a enterrar al país para votar en contra de los que 
supuestamente enterraron tres PBI. 
El primer enterramiento es una 
metáfora, el segundo es una mentira para desprevenidos que serán los 
responsables del verdadero entierro.
 En cualquier lugar del planeta las cuentas y empresas offshore son 
sospechadas como vías de lavado de la corrupción, de la evasión y del 
narco. Desde que estalló el escándalo de los Panama Papers en los que 
estaba involucrado el presidente Mauricio Macri, renunció el ministro de
 Industria de España, José Manuel Soria, cuando descubrieron que tenía 
cuentas offshore y  el primer ministro de Islandia, Sigmundur 
Gunnlaugsson, dejó su cargo luego de conocerse que tuvo con su mujer una
 sociedad offshore. 
El escándalo también afectó al poderoso primer 
ministro de Gran Bretaña, David Cameron. Cuando renunció el español 
Soria, el gobierno de Mariano Rajoy –con numerosas causas por 
corrupción– dio a conocer que “nadie puede estar en el gobierno que haya
 operado desde paraísos fiscales”. Varios ministros del gabinete 
macrista tienen cuentas offshore, algunos funcionarios, como el saliente
 Luis Caputo, eran consultores que ofrecían servicios para abrir estas 
cuentas tan mal vistas en todo el planeta.
El 40 por ciento de los porteños enfurecido contra la corrupción está
 dispuesto a votar por un presidente cuya corporación tiene más de 50 
cuentas y empresas offshore, en la mayoría de las cuales figura como 
titular o miembro del directorio. 
El 40 por ciento de los porteños 
votaría por una persona que no podría ocupar un cargo público en otro 
país. En un país serio ni siquiera podría ser candidato uno de los 
principales contratistas del Estado –por el conflicto manifiesto de 
intereses– ni nadie que tenga cuentas en paraísos fiscales. Esos son 
datos objetivos. 
Lo demás, es “el olor a dólares” que supuestamente 
habrían sentido los perros que allanaron la vivienda de la ex presidenta
 Cristina Kirchner, y las extrañas formaciones de tierra que habrían 
encontrado mientras excavaban en la Patagonia, “con forma de cajas de 
seguridad”, como dijo, sin que se le cayera la cara de vergüenza, la 
ministra de Seguridad, Patricia Bullrich.
En vez de pensar que el modelo de país que plantea Cambiemos destruyó
 su economía doméstica y la nacional, la preocupación central de este 40
 por ciento de porteños, inoculada por las corporaciones oficialistas de
 medios, es el debate que se abrió en el oficialismo entre Elisa Carrió y
 el ministro Garavano sobre la aplicación de las prisiones preventivas a
 los opositores.
Es una discusión que no puede ignorar la experiencia de Brasil donde 
el ex presidente Lula fue condenado a nueve años de prisión sin que 
pudieran encontrar una sola prueba en su contra más allá de las 
“delaciones premiadas”. Lula fue condenado porque el juez Sergio Moro 
declaró que tenía la “íntima convicción” de que era culpable. Un 
argumento que se presta a la arbitrariedad o a la persecución política. 
Si lo aplica, el juez debe demostrar que su juicio no se basó en su 
ideología política. 
Pero si ese mismo juez, en la última semana de la 
campaña electoral filtra a los medios declaraciones del ex ministro 
Antonio Palloci que comprometen a Lula, no está poniendo en evidencia al
 ex presidente, sino que está poniendo en evidencia su absoluta 
parcialidad. Un juez que interviene de esa forma en la campaña no puede 
condenar “por íntima convicción” a alguien que piensa diferente. Lo que 
demostró el juez Moro es que condenó a Lula por “íntimo prejuicio” o por
 “íntimo ensañamiento”.
Las formas legales que se están utilizando en Argentina contra 
funcionarios del gobierno kirchnerista son similares a las del juez Moro
 contra Lula y el PT. La doctrina Irurzún sobre la aplicación de la 
prisión preventiva solamente por el hecho de haber sido funcionarios del
 gobierno anterior, sin que esté siquiera avanzada la investigación, es 
similar a la “íntima convicción” prejuiciosa y persecutoria del juez 
Moro. 
El uso irregular de una mala ley del arrepentido tiene ese mismo 
sentido. Condenar sin pruebas, apoyándose solamente en el escándalo 
mediático; atentar contra la libertad de las personas a través de la 
aplicación abusiva de la prisión preventiva, y usar como pruebas 
afirmaciones que fueron obtenidas de manera coercitiva y que ni siquiera
 pudieron ser probadas, son todas formas legales que los funcionarios 
judiciales de la región han ido forzando como herramientas de 
persecución política.
Estados Unidos ha decidido terminar de raíz con los movimientos 
populares de la primera década del milenio y viene realizando desde hace
 años seminarios y congresos con la participación de funcionarios 
judiciales de la región donde se aconseja forzar estas herramientas 
judiciales que sólo son para aplicar en casos extremos. 
El debate sobre 
la prisión preventiva de Cristina Kirchner se da con Lula preso en 
Brasil y Rafael Correa perseguido en Ecuador. Estados Unidos y la OEA 
amenazan con una invasión a la Venezuela de Nicolás Maduro y en las 
redes sociales y los medios opositores acusan de corrupción a un Evo 
Morales de un ascetismo franciscano. 
Lo que pasa en los tribunales 
argentinos con relación a Cristina Kirchner y las causas que involucran 
al kirchnerismo están insertas en esa realidad regional. No es un debate
 entre Carrió y Garavano sino entre el modelo elitista y autoritario que
 representan ambos, frente a otro que tienda a profundizar la 
democracia.

 

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