El modelo económico de Cambiemos les permitió a los bancos multiplicar 
sus ganancias de manera exponencial. Los datos oficiales del Banco 
Central muestran que entre enero y septiembre de 2015 las entidades financieras obtuvieron beneficios por 22.620 millones de pesos. Este año, en el mismo período, el resultado total se disparó a 189.860 millones,
 más del doble de lo que subió la inflación en cuatro años y también por
 arriba del incremento del dólar. Mientras a la inmensa mayoría de los 
sectores, el modelo económico de Macri los achicó y los hizo 
caer, para los bancos resultó una bendición. 
No por nada fue 
instrumentado por hombres del riñón del sistema financiero, como Alfonso
 Prat Gay, Luis Caputo o Nicolás Dujovne, y economistas salidos de sus 
usinas, como Federico Sturzenegger o Guido Sandleris. "El mejor equipo en
 50 años" fue el equipo de los CEO y, dentro de ese universo, el poder 
financiero fue el que copó la parada.
Las ganancias récord de los bancos se produjeron en detrimento de
 la industria, los empresarios pyme, los trabajadores, los jubilados y 
hasta de sus propios clientes, a quienes descargan contantes 
aumentos de comisiones sin ningún freno de la autoridad monetaria. 
Durante los gobiernos kirchneristas los bancos también habían obtenido 
rentabilidades elevadas, pero nunca tan exorbitantes y dentro de un 
cuadro general de expansión económica, con regulaciones que fueron cada 
vez más intensas para evitar abusos que hoy son moneda corriente.
El giro que impuso Cambiemos rompió equilibrios básicos para que la economía pueda desarrollarse,
 alejando cada vez más al sector financiero del apalancamiento de la 
inversión y el consumo para transformarlo en un salvavidas de plomo para
 esos componentes esenciales de la demanda agregada.
 Ese proceso se dio a través de acciones concretas, que fueron desmontando la estructura de regulaciones que existía hasta diciembre de 2015. Una de ellas era el tope a las tasas de interés que podían aplicar las entidades.
 En junio de 2014, el Banco Central había fijado un límite a los 
intereses por créditos personales y prendarios equivalente, para los 30 
bancos más grandes, a 1,25 veces el rendimiento de las Lebac a 90 días. 
Con ello, esas entidades no podían cobrar más del 38 por ciento en 
créditos personales y 34 por ciento en prendarios, mientras que el 
límite para el resto del sector bancario quedó en 48 y 37 por ciento, 
respectivamente. Sturzenegger fue quien quitó esa referencia y desde entonces las tasas no hicieron más que subir.
 En la actualidad el Banco Central informa que en promedio la tasa de 
los préstamos al consumo está en 75 por ciento, en tanto que en los 
prendarios se ubica en el 70.
La filosofía general que 
expresaron los funcionarios de Cambiemos para desactivar los controles a
 los bancos fue que había que generar un clima de libre mercado que 
atrajera a la inversión. Al eliminar restricciones a la entrada y 
salida de capitales, bajar el cepo cambiario y permitir a las entidades 
financieras que administraran las tasas de interés, la orientación del 
crédito y las comisiones, los economistas del Gobierno prometían todo lo
 contrario a lo que sucedió: aumento del financiamiento, caída de las 
tasas y mayor competencia entre entidades para captar clientes.
 Ahora que llega el final de una nueva y patética experiencia neoliberal, las
 pruebas del fracaso son tan contundentes que le allanan el camino al 
próximo gobierno para volver a establecer reglas firmes a los bancos,
 de modo que los márgenes de rentabilidad se acomoden en niveles 
razonables y, especialmente, los tomadores de créditos y los ahorristas 
no se vean estafados.
 Miguel Pesce, quien asoma como probable 
presidente del Banco Central con Alberto Fernández, conoce al detalle 
cómo se dio el proceso de regulación sobre los bancos dado que fue 
vicepresidente de la autoridad monetaria desde 2004 hasta el final de 
los gobiernos kirchneristas. Con Alejandro Vanoli como presidente –quien
 ahora seguramente recalará en la jefatura de la Anses-, impusieron además de un techo a las tasas de interés de los créditos bancarios un piso para los depositantes.
 Eso ocurrió en octubre de 2014.
 Lo hicieron para contrarrestar la 
maniobra de las entidades financieras, que buscaron resguardar sus 
ganancias bajando las tasas que pagaban a los ahorristas de plazo fijo 
cuando les fijaron un límite a los intereses que podían cobrar por los 
préstamos. De ese modo, el Banco Central consiguió incrementar los 
montos de colocaciones en pesos y estimular las líneas de crédito a la 
producción y el consumo. Como ya se dijo, Sturzenegger barrió con todo 
ello durante su gestión en el Banco Central.
La banca pública también había jugado un rol central hasta 2015, que deberá recuperar a partir del 10 de diciembre.
 Los bancos Nación y Provincia de Buenos Aires sufrieron estos años una 
marcada descapitalización y bajaron los niveles de asistencia para 
empresas y consumidores. Antes de la gestión de Cambiemos, eran actores 
principales en la distribución de créditos productivos. El Banco Central
 y el Ministerio de Industria, además, diseñaban líneas subsidiadas para
 la inversión, en tanto que el primer organismo impuso a los bancos la 
obligación de destinar el 6,5 por ciento de sus depósitos a las pymes.
 La desregulación del sistema financiero y cambiario que caracterizó al 
gobierno de Cambiemos repitió la experiencia de los ’90 con Domingo 
Cavallo, durante la presidencia de Carlos Menem, y de José Alfredo 
Martínez de Hoz, durante la última dictadura. Los resultados fueron 
igual de negativos para la economía en su conjunto, mientras los bancos 
vivieron momentos de esplendor y ganancias record.
Sturzenegger, con todo, quedó grabado en la historia con su impronta personal. Por ejemplo, cuando dispuso que los argentinos podían comprar dólares en los kioscos, las farmacias o las remiserías. 
“Desde marzo se libera la operatoria para que haya más competencia. La 
compra y venta de divisas ya no será potestad exclusiva de bancos y 
casas de cambio”, relataban las crónicas de marzo del año pasado, justo 
un mes antes que empezara la corrida cambiaria que terminó catapultando 
al dólar de 20 a 63 pesos. La inconsistencia mayúscula de la medida de 
Sturzenegger salta a la vista cuando en la actualidad, lejos de 
autorizar la compra de dólares en las farmacias, el Gobierno impuso un 
cepo extremo que limita la adquisición a 200 por mes.
El próximo gobierno también deberá volver a fijar límites a los cargos y comisiones bancarias, que las entidades financieras aumentan sin restricción también gracias a los favores de Sturzenegger. Junto con ello, habrá que recrear la oficina de atención a los reclamos de clientes bancarios, quienes tienen un rosario de quejas por abusos y cobros indebidos en paquetes y tarjetas.
 El modelo de valorización financiera de Cambiemos fue de la mano de una
 amplia desregulación. Para volver a un esquema que dé aire a la 
producción y al mercado interno, el próximo gobierno tendrá una misión 
impostergable: lograr que los bancos se pongan en caja.

 

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