Un contenido inmediato, y un scroll infinito.

Regido por la lógica del todos podemos hacerlo, y podemos hacerlo ya.

En momentos en los que está tan de boga la discusión por la temporalidad, ¿por qué será que triunfa escandalosamente la aplicación “de la hiperquinesia y la instantaneidad”?

¿Dónde radicará el éxito de ese “scroll infinito” que se torna adictivo y nos hace justamente “perder la noción del tiempo”?

Tik tok permite a los usuarios acelerar, reducir o editar el ritmo y la velocidad de sus videos.
A su vez, no es necesario “seguir a alguien” para poder ver sus producciones. “Podes ver y entrar a la casa de todos”, cuentan entusiasmados los “tiktokers”.

Tik tok, la cajita musical que baila al ritmo del “todos visibles”, al compás del “todos podemos”. Se puede ser cantante y comediante en tan solo un click. Cualquiera puede generar contenido y hacerse visible. Incluso viral. Significante tan controversial en tiempos del Covid-19.

El humor parece ser la puerta de entrada que abre la de todas las casas, casas sin puertas. Casas transparentes e “infra-ojos” que todo lo ven. Que no paran de ver.

Se viraliza lo que más se visualiza.

Tik tok hace aún más visibles los cuerpos.

¿Al servicio de la tramitación del traumatismo, quizás? No lo sabemos. Lo que sí, resulta más que interesante, preguntarnos acerca de estos cuerpos. ¿Qué de lo especular hay en juego en cada sincronización ventrílocua de los labios intentando clonar al original, sirviéndose del reflejo de la imagen del otro? Verosimilitud otorgada por el “face-time”. Es “tiempo de las caras”, en épocas donde justamente el mundo las cubre.
Las preguntas son muchas.

¿Qué ha convertido a Tik tok en la aplicación más descargada del mundo en lo que va del año? ¿Por qué ahora?

¿Qué hay detrás de esa promesa de alegría ilimitada?

Me queda la sensación de que el ratón termina atrapando al gato. Que el consumidor termina siendo el objeto de consumo de un tecno-goce diseñado a medida. De un gatget-mercancía puntillosamente diseñado para ofrecerse como promesa del colme de un goce imposible de satisfacer, pero que aún así hace ir al siguiente video, al siguiente capítulo, a la siguiente serie, en búsqueda de aquello que no existe pero que estamos cada vez mas empeñados (y empujados) a encontrar. Ese parece ser el secreto, esa “satisfacción” no está en ningún lado, pero vamos vertiginosa e ilusoriamente a su encuentro.

La maquinaria tiene un montaje por demás sofisticado, y ensamblado para la ocasión: estímulos breves, una gran cantidad de pequeños acontecimientos, que aparecen en el menor tiempo posible. Con un intervalo brevísimo. A una velocidad inmediata, instantánea. Sin tiempo de espera. Y del otro lado lo inesperado, lo variable, lo que sorprende. La misma lógica dopamínica del traga monedas. Maníaca. Buscando probablemente la aceptación, aceptación que siempre tiene algo de ilusorio. ¿Cuántos likes si hago esto, cuántos por aquello otro?

Tik tok sube a escena mucho más que sketchs de humor absurdo y challenges disparatados. Pero no hay que apurarse, no es momento de concluir ni de comprender, sino más bien, sigue siendo momento de ver. Y lo que está a la vista es que lo nuevo de lo nuevo, es un invento chino. Otro más, que se hace viral.


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Así de vertiginoso es el tiempo de la súbita generación de los “zoomers” (antes centennials).
Tik tok “es-cansión”. Breve escansión. Casi sin tiempo de espera. Ese es su contenido y así la temporalidad que lo habita. Cualquier usuario puede generar producciones de música y comedia. Contenido corto, breve y dinámico. Ligero y precipitado. Sin demora para el parpadeo. Instantáneo y fugaz.
Un contenido inmediato, y un scroll (deslizar contenido) infinito.
Regido por la lógica del todos podemos hacerlo, y podemos hacerlo ya.
Es definida como una red social adictiva e hiperquinética. Capaz de generar rápida adhesión y fanatismo. Capaz de brindar “alegría ilimitada” a todos sus usuarios, según prometen sus creadores.
Rasgos perecederos de una generación ya no líquida sino más bien gaseosa, volátil y efímera. A mayor liquidez del estímulo, mayor solidez y cristalización del goce podríamos decir.
¿Se imaginan al poeta taciturno de Freud mirando Tik tok, tan preocupado por la idea de que algo esté destinado a desaparecer en un “breve” lapso de tiempo, preocupado por la transitoriedad?
La actualidad le resultaría insoportable.
Vale la pena recordar lo que le respondía Freud, en aquellos “tiempos victorianos”: “El valor de la transitoriedad es el de la escasez en el tiempo. La restricción en la posibilidad del goce lo torna más apreciable”.
Y la generación Tik tok parece haber entendido ello al pie de la letra.
En momentos en los que está tan de boga la discusión por la temporalidad, ¿por qué será que triunfa escandalosamente la aplicación “de la hiperquinesia y la instantaneidad”?
¿Dónde radicará el éxito de ese “scroll infinito” que se torna adictivo y nos hace justamente “perder la noción del tiempo”?
¿A dónde vamos tan rápido? O mejor dicho, ¿a dónde queremos no ir?
¿Qué de la temporalidad de la época “se está poniendo en escena”?
Tic tac, Tik tok, pareciesen sonar las agujas del nuevo marcapasos del tiempo.
Marcando el paso no sólo de la coreografía a seguir, sino también, regulando el ritmo.
Tik tok permite a los usuarios acelerar, reducir o editar el ritmo y la velocidad de sus videos.
A su vez, no es necesario “seguir a alguien” para poder ver sus producciones. “Podes ver y entrar a la casa de todos”, cuentan entusiasmados los “tiktokers”.
Tik tok, la cajita musical que baila al ritmo del “todos visibles”, al compás del “todos podemos”. Se puede ser cantante y comediante en tan solo un click. Cualquiera puede generar contenido y hacerse visible. Incluso viral. Significante tan controversial en tiempos del Covid-19.
El humor parece ser la puerta de entrada que abre la de todas las casas, casas sin puertas. Casas transparentes e “infra-ojos” que todo lo ven. Que no paran de ver.
Se viraliza lo que más se visualiza.
Tik tok hace aún más visibles los cuerpos.
¿Al servicio de la tramitación del traumatismo, quizás? No lo sabemos. Lo que sí, resulta más que interesante, preguntarnos acerca de estos cuerpos. ¿Qué de lo especular hay en juego en cada sincronización ventrílocua de los labios intentando clonar al original, sirviéndose del reflejo de la imagen del otro? Verosimilitud otorgada por el “face-time”. Es “tiempo de las caras”, en épocas donde justamente el mundo las cubre.
Las preguntas son muchas.
¿Qué ha convertido a Tik tok en la aplicación más descargada del mundo en lo que va del año? ¿Por qué ahora?
¿Qué hay detrás de esa promesa de alegría ilimitada?
Me queda la sensación de que el ratón termina atrapando al gato. Que el consumidor termina siendo el objeto de consumo de un tecno-goce diseñado a medida. De un gatget-mercancía puntillosamente diseñado para ofrecerse como promesa del colme de un goce imposible de satisfacer, pero que aún así hace ir al siguiente video, al siguiente capítulo, a la siguiente serie, en búsqueda de aquello que no existe pero que estamos cada vez mas empeñados (y empujados) a encontrar. Ese parece ser el secreto, esa “satisfacción” no está en ningún lado, pero vamos vertiginosa e ilusoriamente a su encuentro.
La maquinaria tiene un montaje por demás sofisticado, y ensamblado para la ocasión: estímulos breves, una gran cantidad de pequeños acontecimientos, que aparecen en el menor tiempo posible. Con un intervalo brevísimo. A una velocidad inmediata, instantánea. Sin tiempo de espera. Y del otro lado lo inesperado, lo variable, lo que sorprende. La misma lógica dopamínica del traga monedas. Maníaca. Buscando probablemente la aceptación, aceptación que siempre tiene algo de ilusorio. ¿Cuántos likes si hago esto, cuántos por aquello otro?
Tik tok sube a escena mucho más que sketchs de humor absurdo y challenges disparatados. Pero no hay que apurarse, no es momento de concluir ni de comprender, sino más bien, sigue siendo momento de ver. Y lo que está a la vista es que lo nuevo de lo nuevo, es un invento chino. Otro más, que se hace viral.
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Así de vertiginoso es el tiempo de la súbita generación de los “zoomers” (antes centennials).
Tik tok “es-cansión”. Breve escansión. Casi sin tiempo de espera. Ese es su contenido y así la temporalidad que lo habita. Cualquier usuario puede generar producciones de música y comedia. Contenido corto, breve y dinámico. Ligero y precipitado. Sin demora para el parpadeo. Instantáneo y fugaz.
Un contenido inmediato, y un scroll (deslizar contenido) infinito.
Regido por la lógica del todos podemos hacerlo, y podemos hacerlo ya.
Es definida como una red social adictiva e hiperquinética. Capaz de generar rápida adhesión y fanatismo. Capaz de brindar “alegría ilimitada” a todos sus usuarios, según prometen sus creadores.
Rasgos perecederos de una generación ya no líquida sino más bien gaseosa, volátil y efímera. A mayor liquidez del estímulo, mayor solidez y cristalización del goce podríamos decir.
¿Se imaginan al poeta taciturno de Freud mirando Tik tok, tan preocupado por la idea de que algo esté destinado a desaparecer en un “breve” lapso de tiempo, preocupado por la transitoriedad?
La actualidad le resultaría insoportable.
Vale la pena recordar lo que le respondía Freud, en aquellos “tiempos victorianos”: “El valor de la transitoriedad es el de la escasez en el tiempo. La restricción en la posibilidad del goce lo torna más apreciable”.
Y la generación Tik tok parece haber entendido ello al pie de la letra.
En momentos en los que está tan de boga la discusión por la temporalidad, ¿por qué será que triunfa escandalosamente la aplicación “de la hiperquinesia y la instantaneidad”?
¿Dónde radicará el éxito de ese “scroll infinito” que se torna adictivo y nos hace justamente “perder la noción del tiempo”?
¿A dónde vamos tan rápido? O mejor dicho, ¿a dónde queremos no ir?
¿Qué de la temporalidad de la época “se está poniendo en escena”?
Tic tac, Tik tok, pareciesen sonar las agujas del nuevo marcapasos del tiempo.
Marcando el paso no sólo de la coreografía a seguir, sino también, regulando el ritmo.
Tik tok permite a los usuarios acelerar, reducir o editar el ritmo y la velocidad de sus videos.
A su vez, no es necesario “seguir a alguien” para poder ver sus producciones. “Podes ver y entrar a la casa de todos”, cuentan entusiasmados los “tiktokers”.
Tik tok, la cajita musical que baila al ritmo del “todos visibles”, al compás del “todos podemos”. Se puede ser cantante y comediante en tan solo un click. Cualquiera puede generar contenido y hacerse visible. Incluso viral. Significante tan controversial en tiempos del Covid-19.
El humor parece ser la puerta de entrada que abre la de todas las casas, casas sin puertas. Casas transparentes e “infra-ojos” que todo lo ven. Que no paran de ver.
Se viraliza lo que más se visualiza.
Tik tok hace aún más visibles los cuerpos.
¿Al servicio de la tramitación del traumatismo, quizás? No lo sabemos. Lo que sí, resulta más que interesante, preguntarnos acerca de estos cuerpos. ¿Qué de lo especular hay en juego en cada sincronización ventrílocua de los labios intentando clonar al original, sirviéndose del reflejo de la imagen del otro? Verosimilitud otorgada por el “face-time”. Es “tiempo de las caras”, en épocas donde justamente el mundo las cubre.
Las preguntas son muchas.
¿Qué ha convertido a Tik tok en la aplicación más descargada del mundo en lo que va del año? ¿Por qué ahora?
¿Qué hay detrás de esa promesa de alegría ilimitada?
Me queda la sensación de que el ratón termina atrapando al gato. Que el consumidor termina siendo el objeto de consumo de un tecno-goce diseñado a medida. De un gatget-mercancía puntillosamente diseñado para ofrecerse como promesa del colme de un goce imposible de satisfacer, pero que aún así hace ir al siguiente video, al siguiente capítulo, a la siguiente serie, en búsqueda de aquello que no existe pero que estamos cada vez mas empeñados (y empujados) a encontrar. Ese parece ser el secreto, esa “satisfacción” no está en ningún lado, pero vamos vertiginosa e ilusoriamente a su encuentro.
La maquinaria tiene un montaje por demás sofisticado, y ensamblado para la ocasión: estímulos breves, una gran cantidad de pequeños acontecimientos, que aparecen en el menor tiempo posible. Con un intervalo brevísimo. A una velocidad inmediata, instantánea. Sin tiempo de espera. Y del otro lado lo inesperado, lo variable, lo que sorprende. La misma lógica dopamínica del traga monedas. Maníaca. Buscando probablemente la aceptación, aceptación que siempre tiene algo de ilusorio. ¿Cuántos likes si hago esto, cuántos por aquello otro?
Tik tok sube a escena mucho más que sketchs de humor absurdo y challenges disparatados. Pero no hay que apurarse, no es momento de concluir ni de comprender, sino más bien, sigue siendo momento de ver. Y lo que está a la vista es que lo nuevo de lo nuevo, es un invento chino. Otro más, que se hace viral.

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