La violencia mapuche y su peligrosa cercanía con los años 70.

Disfrazada de un reclamo social por justicia, los violentos ataques de la RAM en el sur evocan el inicio de la actividad guerrillera de los años 70. No cuentan, como entonces, con el apoyo social que también tuvo la violencia estatal de la dictadura, pero aparecen amparados por el Estado, por funcionarios y por agrupaciones oficialistas. Tal vez sea hora de hablar con seriedad sobre la violencia política en el país.

En la Argentina, la violencia siempre tuvo un costado bien mirado. Es una gran tragedia nacional. Pero así fue. Y lo es aún.

La violencia ya no era materia de debate. Y el debate, de haber sido aceptado, era imposible. En la Argentina, la violencia siempre se discute después. Nunca antes. Ni durante.

La violencia desatada en la Patagonia por la Resistencia Ancestral Mapuche (RAM), que tiene una supuesta reivindicación de justicia atávica y religiosa, parece retrotraer la vida política argentina a las tempranas y demenciales prácticas de los años setenta.

En este sentido, la gobernadora de Río Negro, Arabela Carreras, hizo públicos los ataques terroristas de mapuches en su provincia, encendió la alarma y pidió fuerzas federales en defensa de la soberanía de la Argentina en esas latitudes.

Ni el grupo ni sus acciones gozan de justificación o siquiera de la comprensión social. Sus métodos provocan rechazo y los fines que dicen perseguir suenan extravagantes y curiosos. Sin embargo, detrás de esos violentos reclamos está la mano de antiguos dirigentes y de nuevos seguidores doctrinarios  El Estado, según denuncian las autoridades provinciales, es cómplice de esas exigencias que incluyen la toma de tierras, la ocupación de fincas y ataques incendiarios a estancias y a instalaciones públicas y privadas.

El embajador argentino en Chile, Rafael Bielsa, criticado por todas las facciones de legisladores chilenos por entrometerse en asuntos internos de esa nación, estuvo en una audiencia en la que la justicia chilena discutió el pedido de libertad condicional del líder y creador de la Resistencia Ancestral Mapuche (RAM), Facundo Jones Huala, que no reconoce al Estado argentino y es autor de una frase, “menos llanto y más combate”, que rememora otra similar enarbolada en los violentos años setenta: “Ni votos, ni botas: fusiles y pelotas”.

En los albores de la democracia recuperada, había quedado claro que la violencia y la muerte no pueden ser una forma de la actividad política. Eso implicaba, también la frase “Nunca más”, que hoy parece en riesgoso desuso.

Tal vez sea el momento de debatir el uso de la violencia con fines políticos, ahora que todavía es antes. Después, es siempre tarde. Salvo que se haga verdad esa parábola cargada de amarga ironía y de hondo dramatismo que asegura que no es el país el que tropieza siempre con la misma piedra: el país es la piedra.

 

 

 

 

 

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