La sucesión de este tipo de acciones de propaganda en Europa, genera la pregunta.
¿Vale más el arte que la vida? ¿Más que comida? ¿Más que justicia? se oía en la National Gallery de Londres luego del ataque a los icónicos girasoles de Vincent Van Gogh con latas de sopa. Estupor mundial.
Piensen en la Tierra, hay gente que la está destruyendo. Todos los artistas piensénlo. Por eso hice eso, exclamó el agresor de La Gioconda de Leonardo da Vinci cuando le tiró un tortazo. Y esta acción se entrecruzó con otra intervención ecologista de una copia de La última cena, del genial polimata renacentista italiano.
O cuando el puré de papas voló por los aires, en manos de activistas de Just Stop Oil, y dio de lleno contra el vidrio que protege a Los almiares (la obra más cotizada de Claude Monet). O la ocasión en que sus colegas de Last Generation arrojaron un líquido negro, que ofició de petróleo, en una obra de Gustav Klimt en el Leopold Museum de Viena.
Hasta la estatua de cera, del flamante rey Carlos III, resultó blanco de ataques en el Museo Madame Tussauds. O también recordar a los integrantes del grupo Extinction Rebellion que se pegaron a la obra Masacre en Corea de Pablo Picasso, expuesto en Melbourne, Australia.
¿Más cuadros como focos de protesta? El caso de La joven de la perla (Johannes Vermeer), La masacre de los inocentes de Rubens (pinacoteca de Munich), Pescadores en flor, otra obra de Van Gogh expuesta en la Courtauld Gallery de Londres o bien La carreta de heno, de John Constable, también expuesta en la National Gallery.
Pero no todas estas acciones terminan con éxito. Ambientalistas de la ONG noruega Stopp oljeletinga (Stop Oil Exploration) quisieron pegarse a la obra escandinava más emblemática: El grito, de Edvard Munch, pero el coordinado ataque fue desactivado a tiempo por la fuerza policial.
Los activistas con las manos pegadas con adhesivo de rápida acción en paredes o marcos de las obras en cuestión sirven como estandarte en una escena que se repite semana a semana, mes a mes, y parece ser una noticia fija de fin de semana para pensar. ¿Cuándo y dónde será el próximo ataque a obras de arte en un museo? ¿Estamos frente a un tour mundial de vandalismo cultural?
Los ecos de esta tendencia, que ya lejos está de ser un hecho aislado y se convirtió en una forma ¿eficaz? de visibilizar reclamos ambientales, podría emigrar de Europa y colonizar tierras lejanas.
El arte tiene la palabra
El Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA), epicentro de la escultura y el arte plástico nacional e internacional, podría ser uno de los eventuales objetivos de ataque, ante una protesta como las que ocurren en Europa. Su director, el arquitecto, guionista y curador de arte Andrés Duprat, conversó telefónicamente con Infobae Cultura para dejar varias apreciaciones sobre esta tendencia del Viejo Continente que… ¿podría cruzar el océano Atlántico? “La estupidez humana no tiene límites y, por eso, estamos alerta. Espero que acá no emulen esa pavada. Este tipo de protestas es eficaz en la práctica, pero no conceptualmente”, dispara.
La no efectividad de la acción en sí, que tiende a invisibilizar el reclamo en cuestión, es uno de los focos de análisis a los que apuntan algunos de los entrevistados para este artículo, sobre todo, desde el lado de los medioambientalistas. “La demanda se ve desfigurada por la propia acción. Los activistas eligen obras que están protegidas. Y me pregunto: ¿en qué sentido están relacionados, por ejemplo, Los girasoles, de Van Gogh, o El grito, de Munch, con la demanda y denuncias de esos grupos? No hay conexión alguna”, resume Duprat.
Según su titular, el MNBA invierte el 35% de su presupuesto en materia de seguridad. “De los 120 empleados, 42 están destinados a la vigilancia de las obras y el establecimiento en general, incluyendo los rondines y las guardia nocturna”, confía el directivo.
Y ante esta ola de ataques en Europa, desde el Bellas Artes no se quedaron de brazos cruzados y decidieron tomar cartas en el asunto, comenzando con una serie de charlas al personal de seguridad que apuntó al fenómeno activista en espacios culturales. “Hay mucha gente de vigilancia que está preparada y se dictó un protocolo de cómo tratar a alguien en un museo. Reforzamos la seguridad en obras claves, las más vulnerables e icónicas. Igualmente, acá uno no toma a los cuadros canónicos como representación de ciertas injusticias”, sostuvo Duprat.
¿Qué cuadros serían los eventuales blancos de ataque? Eso es un misterio, pero el titular del MNBA piensa que la obra de Rembrandt (Retrato de mujer joven), El Greco (Jesús en el huerto de los olivos), Vincent van Gogh (Le Moulin de la Gallete) y algunas de Pablo Picasso (Femme nue de dos o Femme allongée), por citar algunas. “Son las obras de los grandes artistas occidentales. No hay más personal de seguridad pero sí más cerca y atentos a ellas. Hasta el momento no tuvimos una situación como lo ocurrido en Europa, el de burlar el ojo vigilante del guardia. Igualmente, tampoco hay que paranoiquearse, viene mucha gente al museo”, cierra el directivo.
Otra de las voces que expresó cautela, ante la consulta de Infobae Cultura, fue la de Germán Barraza, director artístico de la Colección de Arte Amalia Lacroze de Fortabat. “Creemos que es necesario estar atentos, es una situación que nos permite revisar los protocolos y medidas de seguridad en las instituciones. Supongo que según la trascendencia que se le dé, puede que estas acciones se lleguen a replicar en otros países”, indicó.
Hace pocas semanas, cuando este cronista visitó la Colección AMALITA, percibió una seguridad casi invisible, lo que no quiere decir ausente. Un fugaz paso por el detector de metales, y el aviso de que no se pueden sacar fotos en el sector de la colección permanente fueron los escasos ítems de seguridad previos para luego sumergirse en la belleza de Julieta y su aya, pintado por el eterno J. M. William Turner enfrentado a La Torre de Babel, de Maarten Van Heemskerck, pasando por El censo de Belén, de Pieter Brueghel II o hasta llegar a ese óleo profundo y grueso de Marc Chagall (Bouquet de printemps).
Las tres primeras obras, empotradas en profundidad en la pared y selladas por un grueso vidrio se contrastan con la desnudez preventiva de la obra del vanguardista artista ruso y francés de origen judío. La apreciación de las múltiples figuras y cada trazo de ese óleo multicapa, se perderían con la lejanía vítrea. “Tenemos un área muy profesional de conservación que nos asesora acerca de qué obras admiten ser vidriadas y cuáles no. Tanto sea por tamaño o porque se pierde la calidad de la experiencia sensible adelante de una obra”, comenta Duprat sobre el criterio curatorial en materia de seguridad que bien podría aplicarse a la obra de Chagall, por su carácter inmersivo.
La gran crátera griega de Apulia, las distintas figuras egipcias o bien el mosaico bizantino del siglo V son otras de las perlas blindadas del AMALITA, algo que no se aprecia en la colección de arte moderno del amplio piso superior. Desde Fortabat también negaron haber desactivado una acción similar a lo que ocurre en Europa.
En una de las respuestas para esta nota, dejan un cierto halo de misterio con respecto a las medidas preventivas. “Tomamos los recaudos posibles como cámaras y personal de seguridad, vidrios y algunas no visibles”. ¿A qué se referirá sobre esto último? “Estamos analizando alternativas más allá de estos casos internacionales puntuales. Los cambios tecnológicos hacen que siempre se esté buscando mejoras en la protección y seguridad del acervo”, agregó Barraza.
Medios, miedos y silencios de museo
Por su parte, desde el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA) comunican que la entidad adhiere al statement publicado por el Consejo Internacional de Museos (ICOM, por sus siglas en inglés) que se dio a conocer el 10 de noviembre último, en que la presidenta del Comité Internacional de Museos y Colecciones de Arte Moderno (CINAM), Mami Kataoka, sugirió que los medios “no den visibilidad a las protestas contra obras de arte, ya que los activistas están utilizando el poder mediático en sus acciones y no muestran respeto por el arte”, fue parte de la declaración.
Que los medios de comunicación estén en el foco de la tormenta es quitarle el ojo a la matriz del problema: la visibilización de la problemática ambiental que se intenta instalar a través de estas sorpresivas intervenciones en espacios vinculados, por lo general, a las artes plásticas. “En el MALBA existen diversos protocolos para garantizar el cuidado de las obras, con presencia permanente de personal de seguridad y orientadores de sala, respaldados por un centro de monitoreo electrónico en todo el edificio. Asimismo no se permite el ingreso a las salas con bebidas y alimentos, ni tampoco es posible ingresar con mochilas, paraguas o bolsos grandes”, explicó Emilio Xarrier, gerente general del museo.
Desde la entidad de Barrio Norte piensan que “el cumplimiento de esta medida es una de las más importantes para proteger las obras y prevenir situaciones de riesgo. Seguiremos de cerca el accionar de distintos museos en el mundo para garantizar el cuidado del patrimonio, valioso para toda la Humanidad”, cerró el MALBA su comunicado.
Por su parte, desde los museos bajo la órbita del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (red de MuseosBA) también reinó cierta intriga y misterio. La respuesta del departamento de Comunicación fue escueta y algo desangelada. “Se invita a sus visitantes a dejar sus pertenencias en lockers antes de ingresar a las salas, esto garantiza que el público no ingrese con bolsos, mochilas o carteras de gran tamaño para evitar el roce con las obras y la circulación con líquidos o alimentos dentro del museo”, informaron.
El texto, con un alto grado de obviedad, informó que las instituciones bajo su paraguas cuenta con “guardias en sus salas, que se ocupan de circular por las mismas para garantizar el cuidado de las obras”. Desde Nación, el Museo Histórico Nacional también se mostró reacio a brindar información al respecto de los eventuales ataques a obras de arte en el país. “Gracias por tu interés, pero no hacemos público nuestro protocolo de seguridad, justamente por un tema de seguridad”, respondían vía e-mail desde el área de Prensa de la entidad.
El hermetismo, como así también falsas promesas de respuestas por parte de directivos, se complementó con el silencio de otras fuentes consultadas, como el Museo de Artes Plásticas Eduardo Sívori o el Museo Nacional de Arte Decorativo, que –este último– en marzo sufrió el robo de once piezas. El silencio también se hizo lugar entre la prensa del Museo de Arte Moderno (MAMBA) y un directivo del Museo de Arte Contemporáneo (MACBA), en San Telmo.
Estas posturas dejan entrever dos hipótesis. Una, que ante lo delicado del tema, puertas adentro, dichas instituciones observan con cierta preocupación el fenómeno y no muestran sus “cartas” de prevención o, dos, que no le dan ninguna importancia a lo ocurrido del otro lado del “charco” y piensan que todo queda en meras manifestaciones eurocentrísticas, algo difícil de creer.
Por último, con un foco más desde lo histórico, y no tanto desde lo pictórico, asoma el testimonio del Museo del Holocausto de Buenos Aires, quienes informaron que están muy atentos y haciendo un seguimiento mediático sobre los últimos ataques en los museos europeos. “No hemos visto intenciones de replicar estas acciones y dado que somos un museo de historia, el fuerte de nuestro acervo patrimonial está vinculado con objetos históricos y no obras de arte”.
A diferencia de otras instituciones, en Montevideo 919 cada una de las piezas están ubicadas detrás de vitrinas antivandálicas, de las cuales se realiza un “constante control y mantenimiento del mismo”, según sostienen sus autoridades. “Al estar vinculados con los derechos humanos, no consideramos que el patrimonio de la institución sea un posible foco de ataques”, confirman.
El dilema de la acción o el reclamo, en la voz de los ambientalistas
Los activistas que piden detener el uso de gas y petróleo y luchan por mantener “limpio” al planeta, libre de cualquier peligro ambiental, son señalados como los malos de la película, los “loquitos” o rebeldes que se están haciendo conocidos por lanzarle cosas a cuadros históricos.
La célebre frase “Que los árboles no te impidan ver el bosque” calza perfecto para este intríngulis ecológico-artístico que se hizo eco en el mundo y que podría replicarse en América. La lupa se pone en los lienzos (mejor dicho, en los vidrios que los protegen) y no en los reclamos genuinos.
Eyal Weintraub, cofundador junto con Bruno Rodríguez de Jóvenes por el Clima, afirma que la ONG no tiene una postura unificada con respecto a la serie de acciones que suceden en Europa. “El ojo hoy está puesto entre la guerra en Ucrania, la recesión económica y el Mundial en Qatar. Es complejo volver a instalar la cuestión ambiental en agenda. La COP27 (Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático) en Egipto tuvo menor visibilidad que la del año pasado en Glasgow, Escocia”, afirma.
Por estos motivos, Weintraub piensa que era necesario buscar una forma eficaz de mostrar la problemática climática a través de métodos alternativos. “Intervenciones que, de alguna manera, resultasen innovadoras y creativas como forma de protesta para instalar nuevamente la discusión ambiental”, subraya desde Washington.
El activista viajó a Estados Unidos para tejer redes con organizaciones jóvenes en defensa del medioambiente como así también reunirse con integrantes del Banco Mundial y el BID (Banco Interamericano de Desarrollo). Él plantea, al igual que las voces consultadas de los museos, el problema nodal de este tipo de reclamos: la fagocitación de la temática por la acción misma. “Si el objetivo es que se discuta sobre el tema, se logró, pero se termina hablando de jóvenes que vandalizan obras de arte, el daño al patrimonio cultural. Esto termina siendo un poco contraproducente y lo veo muy eurocéntrico”, expresa.
Por su parte, desde Greenpeace Andino, su director de programas, Diego Salas, coincide con el referente de Jóvenes por el Clima. “El tema, con estas acciones, es que no terminen siendo más relevantes por el hecho en sí que por el propio reclamo que se impulsa. Creemos fundamental, en toda demostración pacífica, que el mensaje sea el que prevalezca, y, hoy en día, hay que seguir visibilizando la emergencia climática, sobre todo en los países del sur global”, sostiene.
¿Creerán desde estas ONG que habrá un efecto rebote en Argentina con respecto a ataques de espacios culturales locales? “No podemos saberlo. En nuestro país, la gente hace uso de muchos espacios públicos para manifestarse de forma pacífica”, dice Salas. Weintraub agrega: “No veo que esto tenga impacto en la Argentina, el país no posee tradición de intervención directa, y tampoco creo que lo estén pensando las organizaciones juveniles. No nos parece la mejor forma de protesta, hay que pensar otras maneras de llamar la atención”.
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