Con Rusia aislada y un ejército empantanado en una guerra sin fin.
El jerarca ruso se mantiene en el poder con mano de hierro pero la clase media comienza a sufrir los rigores del conflicto y en Moscú ya se especula con los nombres de quiénes podrían ser sus sucesores.
El plan sonaba perfecto. El primer batallón motorizado ruso debía entrar a Ucrania desde la frontera con Bielorrusia a las 4 de la mañana del 24 de febrero. Tenían que avanzar directamente hasta el centro de Kiev, donde llegarían a las 14:55 de la tarde. Paralelamente, otros dos batallones avanzarían hasta el aeródromo de Hostomel, en el norte de la capital ucraniana, para tomarlo y convertirlo en una cabeza de playa para los aviones que traerían, en un puente aéreo permanente de las próximas 48 horas, a los comandos especiales y el armamento para tomar el poder.
Tres días después, nada de esto había sucedido y las fotos satelitales mostraban una enorme fila de tanques y vehículos de transporte de más de 15 kilómetros entre la ciudad de Ivankiv, a una hora del centro de Kiev, y los suburbios de Irpin y Bucha. Las tropas rusas estaban estancadas en el barro. Cuarenta y ocho horas más tarde, el atasco de vehículos militares rusos ya era de 56 kilómetros y en las redes sociales aparecían las primeras fotos de campesinos ucranianos arrastrando con sus tractores a los tanques rusos abandonados.
La invasión rusa que en tres días iba a derrocar el gobierno de Volodimir Zelensky e imponer un gobierno títere en Kiev había fracasado. El plan ideado por Vladimir Putin y sus generales con el inicio de esta “operación militar especial” para “desmilitarizar y desnazificar” Ucrania, proteger a los rusos étnicos, impedir el ingreso del país en la OTAN y mantenerlo en la “esfera de influencia” rusa, se había empantanado en el barro del deshielo y mucho antes de que llegaran las armas estadounidenses para enfrentarlos. Los informes de las masacres y las violaciones de los soldados rusos, terminaron de componer la escena.
A partir de ese momento todo fue improvisación. Quedó al desnudo que la fuerza militar que decía ser Rusia, no lo era. Se trataba de una tropa desmotivada, sin equipamiento adecuado –algunos soldados ni siquiera tenían ropa de combate de invierno- bajo órdenes vagas y confusas. Unos pocos días más tarde, las imágenes satelitales mostraban vacías las mismas rutas que antes estaban atestadas. Mil tanques, 2.400 vehículos de transporte y 10.000 soldados se retiraron hacia la frontera bielorrusa por donde habían ingresado. Desde Moscú, Putin también improvisó. Dijo que la campaña en el norte ucraniano estaba “cumplida” y que ahora todo se centraría en conquistar la rica región del Donbas, en el este, y el sur, para conectarlo con la península de Crimea que ya había anexionado en 2014.
Putin había sentado las bases de la invasión con un ensayo de 5.000 palabras en 2021, en el que cuestionaba la legitimidad de Ucrania como nación. Ese fue sólo el último capítulo de una larga obsesión con el país y una determinación de corregir lo que él cree que fue un error histórico al dejarlo salir de la órbita de Moscú. Se remontó tres siglos atrás, hasta Pedro el Grande, para apoyar su búsqueda de la reconquista del legítimo territorio ruso. Pero no tuvo en cuenta que trescientos años después las respuestas de los aliados no sería la misma. “Literalmente, todo lo que se propuso hacer le salió desastrosamente mal”, es la conclusión del periodista británico Philip Short, que publicó su biografía, “Putin”, el año pasado, en una entrevista con la AP.
Después de las intervenciones armadas en Chechenia, Siria y Georgia, Putin sobrevaloró su ejército y subestimó la resistencia ucraniana y el apoyo occidental. Se creyó su propia propaganda, la que emite permanentemente la televisión estatal rusa, con las imágenes de un Putin con el torso desnudo montando a caballo, disparando en un campo militar y retando como chicos a los funcionarios del gobierno que hicieron algo que no le gustó. Pero la guerra dejó al descubierto que tiene un ejército débil y que sus servicios de inteligencia tan leales a su voluntad no pueden detectar la fortaleza de las defensas militares de un país vecino. Apenas si le queda el poder de su enorme arsenal nuclear, la carta que saca cada vez que quiere dar miedo.
La realidad, un año después de la aventura militar que él ordenó, es otra. Las fuerzas ucranianas liberaron más de la mitad del territorio del que sus tropas se habían apoderado. Perdió, al menos, 200.000 jóvenes combatientes y se enfrenta a la única oposición dentro de su país que es la de los que están en contra de ser movilizados y usados como carne de cañón en Ucrania. No solo no pudo evitar que la OTAN ayude a Ucrania -pronto será parte de la alianza-, sino que hizo posible que también se unieran Suecia y Finlandia. Y muy a su pesar, aumentó la “amenaza a la seguridad de Rusia” que quería evitar y echó por tierra décadas de integración de Rusia con Occidente. Sufre un duro aislamiento internacional.
Después de permanecer recluido en una dacha oficial junto a un amigo casi todo el período de la pandemia por miedo a contagiarse, Putin se fue mostrando de a poco durante este año para recibir en Moscú a algunos de los pocos aliados que le quedan de Irán, China, India y Corea del Norte. Lanzó una serie de discursos donde fue modificando sus posiciones para acomodarlas con lo que sucedía en ese momento. En una entrevista que le dio al director de cine Oliver Stone, gran recolector de videos de dictadores de todo el planeta, se justificó con una imagen del yudo, su pasión: “Debes ser flexible. A veces puedes ceder la iniciativa al rival si ese es el camino que lleva a la victoria”.
La guerra de Ucrania es, sin duda, el punto más bajo del conocido como el período del “alto putinismo”, una década que comenzó con el controvertido regreso de Putin a la presidencia en 2012. En retrospectiva, se puede ver que asumió ya con la idea de la guerra actual. Apenas dos años después invadió y anexionó la península de Crimea y abrió los dos enclaves de Donetsk y Lugansk con los separatistas armados en la región ucraniana del Donbas, mientras los tecnócratas de Putin trabajaban en blindar la economía rusa a prueba de sanciones.
Al mismo tiempo comenzó la represión interna. Ya no quedan grupos activos de derechos humanos o medios de comunicación independiente. Cualquiera que se atrevió tan solo a decir que “la operación militar especial” era “una invasión” del país vecino, fue encarcelado, tuvo que dejar el país o desapareció. El opositor más prominente, Alexei Navalni, cumple una condena en una cárcel de máxima seguridad de Siberia. Esto, después de ser envenenado y secuestrado cuando regresó al país. Miles de los que salieron a protestar contra la guerra y la movilización también fueron encarcelados y sometidos a procesos kafkianos.
Ante la oposición popular, Putin aseguró al principio que no iba a hacer un nuevo llamado general para reclutar conscriptos. No cumplió. Enroló a la fuerza a otros 300.000 jóvenes, la mayoría de las zonas más alejadas del este del país. Las protestas estallaron en regiones de minorías étnicas como Daguestán, donde la policía se enfrentó a manifestantes contrarios a la movilización en varias ciudades. Pero el aparato de seguridad dominado con mano de hierro por Putin, pudo controlar la situación. Un corresponsal español decía la semana pasada que el jerarca ruso tiene un apoyo del 50%; otro 30% está dividido entre los que esperan para ver por donde sopla el viento y votantes opositores; apenas un 20% son disidentes y están dispuestos a combatir al régimen.
Algunos analistas políticos y militares creen que Putin podría hacer gala de esa flexibilidad del judo y revisar nuevamente sus objetivos en Ucrania. El profesor Dmitry Oreshkin, de la Universidad Libre de Riga, en Letonia, autor de varios libros sobre el “putinismo”, cree que “se podría declarar triunfador si se queda con los territorios que ya tenía desde 2014, con Crimea Donetsk y Luhansk, y anunciar: `Los hemos castigado. Les hemos demostrado quién manda en casa. Hemos derrotado a todos los países de la OTAN´”. Pero Ucrania ya dejó en claro que no tiene ninguna voluntad de ceder territorio, y para que Putin pueda vender esto como una victoria, Oreshkin cree que “primero necesita convencerse a sí mismo de que de esa manera derrotó a Ucrania”. “Y él entiende mejor que nadie que, de hecho, perdió”, explica.
Pero no pareciera que Putin sea un hombre que se conforme con una parte de la torta. Abbas Gallyamov, ex redactor de discursos de Putin que trabajó cerca de él en el Kremlin, asegura que el jerarca ruso “no admite errores ni derrotas” y que “necesita desesperadamente una victoria sólo para demostrar que sigue siendo el hombre fuerte que tanto necesita la Madre Rusia”.
Esto deja a Putin y a los oligarcas que lo mantienen en el poder en una posición muy difícil y aparece la pesadilla del golpe palaciego que él ya vio de cerca cuando era un agente de la temida KGB en Alemania Oriental en 1989, en la Unión Soviética en 1991 o en Ucrania en 2004 y 2014. Putin es el jefe del Kremlin de más largo mandato desde Josef Stalin y pretende continuar así. De hecho, tiene la posibilidad legal de permanecer en el poder hasta 2036. Para entonces, tendría 83 años.
Nadie ve la posibilidad de un levantamiento popular inminente. “Cualquier movimiento en el poder sería parte de una conspiración dentro del Kremlin por personas allegadas a Putin”, asegura Galliamov. Y en los pasillos del poder en Moscú suena un nombre en este sentido, el de Yevgeny Prigozhin, el denominado “chef de Putin” porque manejaba todas las concesiones alimentarias del Kremlin y otras oficinas del Estado. Fue él quien creó, a pedido de su jefe, una enorme empresa de reclutamiento, entrenamiento y movilización de mercenarios que actuaron en todos los frentes donde Rusia estuvo comprometida y, por supuesto, también en Ucrania, donde cuenta con unos 50.000 hombres. La mayoría de los mercenarios que actúan en el escenario ucraniano fueron sacados de las cárceles con la promesa de que si combaten “con honor” se le conmutarán las penas. Otros, ven a Prigozhin como un “personaje patético” que jamás podría llegar a tomar el poder.
Sin embargo, en una entrevista con Erin Burnett, de CNN, el escritor y periodista ruso Mikhail Zygar calificó las ambiciones de Prigozhin como “el tema más candente de especulación en Moscú”, señalando que está acumulando un seguimiento político que potencialmente le permitiría desafiar a Putin. “Es el primer héroe popular en muchos años”, dijo Zygar. “Es un héroe para la parte más ultraconservadora -la más, yo diría, fascista- de la sociedad rusa, mientras no tengamos ninguna parte liberal en la sociedad rusa, porque la mayoría de los líderes de esa parte de la sociedad rusa se han marchado, es un rival obvio para el presidente Putin”.
Otros observadores del Kremlin, creen que cualquier movimiento de Prigozhin sería detectado de inmediato por sus numerosos enemigos dentro del Kremlin y lo desactivarían en horas. Ante cualquier peligro inminente, Putin podría recluirse como lo hizo cuando pasó a ser el primer ministro y le dejó la presidencia a Dmitri Medvédev. Para eso siempre tiene algún “tecnócrata” a mano como el alcalde de Moscú, Sergei Sobyanin, o el primer ministro, Mikhail Mishustin. Incluso, Medvédev, estaría encantado de volver a interpretar el papel.
Aunque la mayoría de los analistas entrevistados en los últimos días marcando este primer aniversario de la guerra describen a Putin, de 70 años, como “un líder errático y debilitado, de pensamiento rígido y anticuado, que se extralimitó y niega las dificultades”. Y advierten que el humor de los rusos podría cambiar. Se vio claramente en el último acto del miércoles de esta semana en el estadio moscovita de Luzhniki donde se congregaron 200.000 personas para “festejar” el primer aniversario de la guerra. La BBC mostró como miles se retiraban después del espectáculo musical y sin esperar el discurso de Putin. Hasta el año pasado, la incipiente clase media rusa podía beneficiarse del contrato social planteado por Putin: mantenete al margen de la política y disfrutarás de la vida en un Moscú o un San Petersburgo a la europea. Ahora el trato se esfumó. Rusia está más lejos que nunca de Europa y empantanada en una guerra sin fin.
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