La inaceptable pretensión de algunas universidades de imponer la ideología de género.

El panorama es sombrío para la libertad de cátedra. Es insólito que instituciones que deben ser una salvaguarda contra la censura, el macartismo y el dogmatismo busquen instaurar un pensamiento único. Aquí, varios ejemplos.

En mi adolescencia leí la comedia de Molière El médico a palos y recuerdo haberme reído a carcajadas… Pero que nos quieran imponer “a palos” una ideología no es gracioso, sino siniestro. Evoca el futuro opresivo y sombrío de las distopías literarias, de cuyas amarguras estamos viviendo algunos anticipos, pero ya no en la literatura sino en la realidad.

Acá voy a contar solo algunos casos, de distintos países e instituciones, pero todos referidos al mundo académico, es decir al ámbito que debería preservar y venerar la libertad de pensamiento y expresión, lo que vuelve todo aún más amenazante.

Se multiplican los casos de universidades, tanto públicas como privadas, que imponen a su cuerpo docente el uso de lenguaje inclusivo o utilizan la perspectiva de género como parámetro de evaluación de la calidad de un curso o de trabajos académicos.

El primer caso concierne a una iniciativa conjunta de una universidad española con una argentina: ni más ni menos que la Universidad de Buenos Aires (UBA).

La revista de Historia del Arte Atrio, que edita el departamento de Geografía, Historia y Filosofía de la Universidad Pablo de Olavide (Sevilla), en cooperación con el Instituto de Arte Americano e Investigaciones Estéticas “Mario J. Buschiazzo” de la Facultad de Arquitectura de la UBA, hace un llamado a académicos de varios países para que envíen trabajos sobre el tema: “Lugares para la muerte. Escenarios, prácticas y objetos urbanos, siglo XX” (cementerios). La intención es publicar un número especial que “puede ofrecer contribución original a las Historias Urbana, Arquitectónica y del Arte”.

La convocatoria, un PDF de siete carillas, contiene indicaciones formales para la presentación de los trabajos, a saber: extensión, citas, referencias, imágenes, epígrafes, fecha límite de entrega (15 de mayo de 2023), entre otras.

“El equipo editorial revisará que los artículos cumplan las normas de estilo indicadas”; y acá viene el diablo, agazapado en el detalle. Entre esas “normas de estilo” están las “prácticas editoriales en Igualdad de Género”, eufemismo por lenguaje inclusivo.

En la página 6 del pdf, lo dicen sin vueltas: “Se solicita el uso de un lenguaje inclusivo” para lo cual recomiendan un manual producido por “Mugarik Gabe”, una de las muchas ONG que crecen como hongos después de la lluvia gracias a la nueva moda inclusiva. “Consulte esta guía para saber si el texto cumple con todas las normas”, indican. A ver si se pasa el filtro de la corrección política.

Comprensivos, para ahorrarles tiempo a los académicos, los editores (o las y los editores, para ponernos a tono) adelantan un punteo:

Usar dobles formas, masculino y femenino, para destacar o visibilizar.

• Alternar el orden, porque define el poder, no indicar invariablemente los niños y las niñas, también las niñas y los niños.

• Quitar el artículo y determinante en los sustantivos neutros para evitar masculinizarlos: profesionales del sector, en lugar de los profesionales del sector.

La lista sigue…

Sé que al menos uno de los destinatarios de esta invitación declinó participar en la revista en razón de esta insolente directiva y de la arbitrariedad que representa el hecho de que la deformación del lenguaje califique igual o mejor que la excelencia académica. Se trata de Oscar Andrés de Masi, uno de nuestros mayores expertos en la materia, autor de Sepulcros históricos nacionales: evolución de su tratamiento jurídico y patrimonial y repertorio fotográfico de época, entre muchos otros títulos.

“El que no acepta este disciplinamiento ‘agendista’ del lenguaje de género ve cerrarse las puertas del ambiente académico y científico”, fue su reflexión.

“Naturalmente que he debido declinar mi participación en esta revista, cuyo contenido seguramente será de sumo interés (no lo dudo), pero resultará, a la postre, expresado de manera tan inadecuada”, lamentó. “Yo ni hablo ni escribo en ese lenguaje innecesario -dijo De Masi : "el idioma español tiene reglas aceptadas y es, para millones de hispanohablantes, un legado y un tesoro”.

Lo que podemos intuir es que muchos colegas suyos claudicarán y con tal de publicar aceptarán deformar su lenguaje.

En otros casos, la aceptación de estas imposiciones es condición para la continuidad laboral y en consecuencia adopta la inaceptable forma de una extorsión. Un abuso de poder.

El macartismo se volvió de izquierda: pensamiento único en nombre de la diversidad.

El lenguaje inclusivo es una impostura, una pose que le permite al que la adopta considerarse parte de una vanguardia iluminada que nos estaría emancipando vaya uno a saber de qué. Es más fácil dar combates virtuales que reales.

Pero el lenguaje inclusivo no es inocuo: es innecesario, feo, redundante y deformante. Además, como lo demuestran los ejemplos reales de “la equipa” (Analía Rach Quiroga, vicegobernadora del Chaco), “las jóvenas” (Axel Kicillof, gobernador bonaerense) o “portavoces y portavozas” (Irene Montero, ministra de la Igualdad de España), ni sus propios cultores lo saben usar.

Esta jerga impostada genera la falsa sensación de que se está haciendo algo y distrae de los verdaderos y necesarios combates.

El título de la introducción del manual recomendado lo dice todo: “La comunicación no sexista como herramienta de cambio”...

Glosario de autopercepción de género

Hace unos meses ya, algunos profesores de la Universidad de San Martín (UNSAM) recibieron consternados una invitación de la Dirección de Género y Diversidad Sexual de la institución para (re)empadronarse según su autopercepción de género.

Dejemos de lado la pregunta de por qué una Universidad tiene que tener una dirección de diversidad sexual y concentrémonos en esta antojadiza convocatoria. La comunicación de la UNSAM iba acompañada de un glosario de autopercepción de género, para el desorientado (o la desorientada) que no sabe aún cuál es su autopercepción; o para los atrasados que todavía creen que la humanidad se divide en dos sexos biológicos.

Vale la pena leer completo este glosario (ver imagen a continuación), de dudoso academicismo, indigno de lo que debería ser un templo del saber (perdón por la antigüedad de esta expresión): no tiene desperdicio, incluyendo el poco científico concepto de que el sexo es “asignado” al nacer.

Por ejemplo , el Glosario de Autopercepción de género de la UNSAM

Esta aberración lingüística y conceptual emana, recordemos, de una Universidad Nacional.

Aunque no es obligatorio modificar la ficha personal en el sentido sugerido por el documento, “es un verdadero escándalo el laberinto de zancadillas lógicas y espantos gramaticales que hay en cada una de las definiciones”, me comentó uno de los profesores que recibió este correo.

“¡Y el documento es transmitido por una Universidad nacional de un país hispanohablante que, desde los tiempos de Echeverría, Sarmiento, Mármol y Alberdi, abrió horizontes de riqueza en el mundo del castellano, sin destrozar la organización íntima de la lengua!”, lamentó. “No me repongo ante semejante ataque contra nuestra lengua común. Estamos entrando en la neo-lengua de Orwell”, concluyó entristecido.

Como en el primer caso al que me referí, y más allá de la delirante segmentación de quienes creíamos compartir una común esencia humana ante la cual estos detalles eran irrelevantes, cabe preguntarse cuál es el vínculo entre la excelencia académica y la tendencia sexual como para otorgar semejante relevancia a la vida íntima de un docente. Al revés de lo que proclama, el berretín inclusivo acaba discriminando.

Perspectiva de género como control de calidad docente

Otra muestra de esta estalinización universitaria la da la UCCOR (Universidad Católica de Córdoba) que somete a sus docentes a la evaluación de los alumnos, a través de un cuestionario.

Difícil pasar por alto la demagogia contenida en este trámite, que subvierte lo que debe ser el espíritu de un aula -del nivel que sea- donde lo que tiene que estar en el centro es el saber, no el estudiante, además de que las evaluaciones deberían hacerlas otros docentes porque en las casas de estudio los vínculos son -deben ser- asimétricos por naturaleza.

Pero, por si no bastara con ese populismo educativo, en medio de preguntas sobre la claridad expositiva y la disposición a responder preguntas, o la capacidad para “interesar” a los alumnos -según la moda en curso, hoy el docente tiene que “entretener”, porque el deber de estudiar y la disciplina están ausentes-; o de preguntas por el “respeto a la opinión” de los estudiantes -mecanismo para nivelar hacia abajo a los profesores-, no podía faltar la pregunta inclusiva: “¿Ejerce el rol con respeto por la diversidad y la perspectiva de género?”

A ver si se entiende: como en el caso de la revista Atrio, para la UCCOR, importa más amoldarse al diktat de la corrección política que la excelencia académica.

Los alumnos no son los mejor equipados para evaluar la idoneidad de un profesor. Con frecuencia los estudiantes valoran -positiva o negativamente- a sus docentes y a los contenidos dictados con el correr del tiempo, cuando la vida laboral o la vida en general les revela qué cosas les han sido útiles de su paso por los claustros. Poner en sus manos un control casi policial de los docentes es subvertir la naturaleza de un vínculo y de una institución que de este modo se ve privada de herramientas para cumplir su misión y por ende disminuida en su rendimiento.

Pero que la variable de control sea la llamada perspectiva de género, que encubre por un lado una lectura deformada de la realidad -que el problema principal de la Argentina es un fantasmagórico patriarcado que sólo existe en la imaginación o la maquinación de algunos- y por el otro una ideología -la que pretende negar el binarismo sexual y todo vínculo entre el género y la biología-, es una desviación autoritaria inaceptable en universidades que deberían defender la libertad de cátedra y denunciar toda forma de censura y macartismo en lugar de promoverlos.

Si esto sucede en una universidad “católica”, ya podemos imaginarnos lo que está pasando en las universidades públicas. Y todo lo que imaginemos será superado por la realidad. Estoy segura de que el grueso de quienes leen esto ya han vivido en carne propia o a través de terceros atropellos como éstos.

El espíritu masculino bajo ataque

El último ejemplo de este fenómeno, inquietante para la libertad de conciencia y de expresión, lo encarna el psicólogo y filósofo Jordan Peterson, uno de los más brillantes intelectuales de Canadá, ya famoso por su resistencia a estos movimientos woke (de corrección política llevada al extremo) y a la ideología queer. Sus críticas apuntan sobre todo al feminismo de hoy, a la teoría crítica de la raza (el nuevo antirracismo), la apropiación cultural y el ambientalismo. Sostiene por ejemplo que en la actualidad hay una “reacción violenta contra la masculinidad” y que “el espíritu masculino está siendo atacado”. Algo similar a lo que expresó recientemente el actor francés Vincent Cassel, poniendo incómodos a los cultores de la heterofobia.

 “Hoy en día es casi vergonzoso ser masculino”: la frase de Vincent Cassel que causó un insólito enojo

Por el atrevimiento de no plegarse a la ideología de género, Peterson ya ha sido objeto de varias cancelaciones. El hecho de ser uno de los intelectuales en lengua inglesa más influyentes del mundo, autor de best seller traducidos a más de 40 idiomas, no lo salva del embate identitarista.

Las preguntas con las que la UCCOR pretende que los estudiantes evalúen a sus profesores.

La persecución sigue y ahora hay quienes quieren hacer progre a Jordan Peterson aunque sea “a palos”.

Al mejor estilo de los regímenes totalitarios, el Colegio de Psicólogos de Ontario lo ha conminado a someterse a una “capacitación” sobre las normas que debe seguir en las redes sociales, so pena de perder su licencia como psicólogo clínico profesional.

Se llama reeducación. Antes de compadecernos de él, recordemos que en la Argentina, miles y miles de funcionarios, empleados públicos, legisladores y docentes han sido forzados a seguir cursos de adoctrinamiento en feminismo queer, a través del engendro llamado Ley Micaela. Y tengamos presente también que, como lo confirman los ejemplos de esta nota, que son sólo un muestrario, muchas de nuestras universidades pretenden uniformar el pensamiento de los docentes y formatearlos en ideología de género.

Ley Micaela: la instrumentación de un reclamo legítimo para imponer un dogma minoritario

El propio Peterson contó su penitencia en un tuit: “El Colegio de Psicólogos de Ontario ha exigido que me someta a un reciclaje obligatorio en comunicación en redes sociales con sus expertos por, entre otros delitos, retwittear a Pierre Poilievre [un político conservador] y criticar a Justin Trudeau [Primer Ministro de Canadá] y a sus aliados políticos”. Si se niega, deberá enfrentarse a un tribunal y a la suspensión de su derecho a ejercer.

Peterson viene denunciando hace tiempo un clima “orwelliano” y con esta decisión sus colegas de Ontario no hacen sino confirmarlo: lo condenan por delito de pensamiento.

“El problema con cada una de las cosas por las que he sido condenado a reeducación es que políticamente no son suficientemente izquierdistas. Simplemente, soy demasiado liberal, o, lo que es aún más imperdonable, conservador”, explica Peterson.

La corrección política es una vía de ascenso para mediocres mientras que una mente brillante puede ser cancelada por no encajar en los cánones progresistas

Que un profesional se vea impedido de trabajar por sus opiniones es un hecho cuya gravedad es difícil de exagerar. Sin embargo, lentamente nos estamos acostumbrando a este clima macartista, por el cual la corrección política es una vía de ascenso para mediocres mientras que una mente brillante puede ser “cancelada” por no encajar en los cánones progresistas.

Al revés que Sganarelle, el personaje de Molière, que fingió ser médico para que dejaran de golpearlo, hay muchos que ni “a palos” están dispuestos a dejar de ser lo que son. Los celebro.

Celebro a los Peterson y a los De Masi que se plantan a pesar de los costos que ello tiene; a los que rechazan la imposición de un “habla” o de una determinada visión del mundo dictada por dogmáticos que degradan el saber e insultan la inteligencia.

 

 

 

 

 

 

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