Los desafíos de la inteligencia artificial y ChatGPT, ¿el camino hacia una nueva civilización?
El lanzamiento de ChatGPT plantea nuevos debates éticos sobre la revolución que ha desencadenado la inteligencia artificial. Hemos entrado en un “momento prometeico”, uno de esos pocos instantes de ruptura en la historia de la humanidad que tienden a cambiar cada ámbito de nuestras vidas. Para aprovechar positivamente este enorme potencial, se necesita responsabilidad, ética y regulaciones adecuadas.
La inteligencia artificial ha avanzado a pasos agigantados en los últimos años y se ha convertido en un tema central en la agenda de las sociedades actuales. Sin embargo, este agitar de aguas a la vez repentino y controversial, donde toman posiciones tan variadas y comprometidas los cerebros más importantes del mundo, no nació ayer, no fue un invento magistral, ni tampoco fue magia.
El término “inteligencia artificial” (IA) fue acuñado allá por 1956 por John McCarthy, profesor de la Universidad de Stanford, durante la Conferencia de Dartmouth. Sin embargo, ya desde antes, se habían ensayado modelos de redes neuronales, antecesoras de nuestro tan polémico ChatGPT. En 1943, en la Universidad de Chicago, los neurocientíficos Warren McCulloch y Walter Pitts fueron los artífices del primer intento de formalizar matemáticamente el comportamiento de una neurona y de estudiar sus implicancias en la capacidad de computar y procesar la información. Siete años más tarde, vería la luz la SNARC, primera computadora con IA que imitaba el cerebro de una rata que se abría camino por un laberinto. El padre de la criatura fue el científico estadounidense Marvin Minsky.
Hubo que esperar hasta 1963 para que se creara el SAIL, el laboratorio de IA de la Universidad de Stanford, en California. Allí fue donde el propio John McCarthy desarrolló sus investigaciones. No es casualidad que Stanford haya sido la cuna de muchos de los principales cerebros del famoso Silicon Valley.
LA CUARTA REVOLUCIÓN TECNOLÓGICA
Así llegamos a nuestros días, con el lanzamiento de ChatGPT por parte de Open AI, la compañía de inteligencia artificial fundada por Elon Musk, quien luego dio un paso al costado. Este nuevo hito está dando que hablar a lo largo del planeta y ha abierto más de un debate ético sobre los riesgos de su uso y, en general, los sesgos y las visiones parciales que existen sobre la realidad y que pueden arrojar respuestas a todo tipo de dudas y consultas en línea.
La inteligencia artificial (IA) promete revolucionar industrias, automatizar tareas y mejorar nuestra calidad de vida, pero también viene acompañada de preocupaciones sobre el desempleo masivo, la privacidad y los posibles abusos de poder. En esta nota de opinión, intentaremos analizar tanto los buenos como los malos augurios que nos depara el futuro.
Comencemos por los aspectos positivos. La IA tiene el potencial de transformar sectores enteros, desde la medicina hasta la educación. Por ejemplo, los algoritmos de aprendizaje automático pueden analizar enormes cantidades de datos médicos para identificar patrones y mejorar diagnósticos y tratamientos. En educación, los sistemas pueden adaptarse a las necesidades individuales de los estudiantes y proporcionar una experiencia educativa personalizada y más efectiva. Otro beneficio importante de la inteligencia artificial es la automatización de tareas repetitivas y rutinarias: esto les permite a los trabajadores dedicar su valioso tiempo a actividades más creativas y significativas, lo que, a corto plazo, podría redundar en mayor satisfacción laboral. Además, puede contribuir a resolver algunos de los problemas más acuciantes del mundo, como el cambio climático, al optimizar el uso de recursos y desarrollar soluciones sostenibles e innovadoras.
ALGORITMOS TRANSPARENTES
Para evitar la discriminación en el futuro, es necesario diseñar algoritmos transparentes y justos que aborden estas cuestiones explícitamente. Por último, no podemos ignorar el potencial que tiene la inteligencia artificial para ser utilizada con fines maliciosos. Desde la manipulación de elecciones hasta el desarrollo de armas autónomas, las tecnologías de inteligencia artificial pueden caer en manos equivocadas y causar daños irreparables. Los gobiernos, las empresas y la comunidad científica deben colaborar para asegurarse de que esta herramienta se desarrolle de manera responsable y se utilice en beneficio de todos.
En resumen, el futuro presenta tanto oportunidades como desafíos. La clave del éxito radica en nuestra capacidad para abordar estos desafíos proactiva y equilibradamente. Esto implica fomentar la innovación y el desarrollo de estas tecnologías, y, al mismo tiempo, establecer marcos regulatorios sólidos; además, promover la ética en su diseño y aplicación. La educación, como dijimos, desempeña un papel fundamental en este proceso. La enseñanza de habilidades técnicas y éticas debe ser una prioridad en todos los niveles educativos, desde la escuela primaria hasta la universidad. Esto no solo ayudará a formar profesionales mejor capacitados, sino también a crear una sociedad más consciente y preparada para enfrentar los desafíos asociados a este tipo de tecnologías.
El trabajo conjunto entre los sectores público y privado también es esencial para garantizar un futuro beneficioso. Ambos sectores deben colaborar en la investigación y el desarrollo de estas herramientas, así como en la creación de políticas y regulaciones que fomenten la adopción responsable de estos sistemas. Las alianzas internacionales y la cooperación entre países también son fundamentales para abordar cuestiones globales, como la ciberseguridad y el desarrollo de estándares éticos comunes.
LA NECESIDAD DE TRANSPARENCIA E INCLUSIÓN
Asimismo, se debe promover la inclusión y la diversidad en el campo de la IA. Para que el acceso a esta tecnología sea verdaderamente justo y equitativo, es primordial que en su desarrollo participen personas de diversos géneros, edades, orígenes culturales y socioeconómicos. Esto no solo enriquecerá la perspectiva y la creatividad en el diseño de algoritmos y soluciones, también ayudará a reducir los sesgos y la discriminación en este futuro por venir.
La transparencia y la rendición de cuentas también son cruciales. Las empresas y los desarrolladores de tecnología deben ser transparentes en sus prácticas y decisiones, y ayudar a los usuarios y a la sociedad en general a comprender cómo se utilizan y procesan los datos. Asimismo, las instituciones públicas y privadas deben rendir cuentas de su uso en las propias operaciones y garantizar que se respeten los derechos humanos y las normas éticas.
A medida que avanzamos hacia un futuro cada vez más influenciado por la IA, debemos tomar medidas para asegurarnos de que los beneficios se distribuyan de forma equitativa y de que los riesgos sean gestionados de manera responsable. Esta herramienta tiene el potencial de ser una fuerza transformadora en nuestra sociedad, pero lo será solo si trabajamos juntos para abordar sus desafíos y garantizar un futuro en el que esta tecnología esté al servicio del bienestar de todos. No obstante, todos estos deseos, en el fondo optimistas y confiados en la buena fe de la humanidad –muchos de ellos con poco fundamento, por cierto–, no concuerdan con la preocupación legítima de varios intelectuales y especialistas en temas de inteligencia artificial y otros coadyuvantes.
UNA CAJA DE PANDORA
Vaya un dato: la renuncia en estos días de Geoffrey Hilton, para muchos el padrino de la IA, quien advirtió sobre sus inminentes peligros. Tal como él mismo ha manifestado: “Internet se llenará de fotos, videos y textos falsos, y el usuario promedio ya no podrá saber qué es verdad y qué no”. Asimismo, se ha preguntado hasta dónde llegará el reemplazo de seres humanos por autómatas en el mundo laboral, y el peligro absoluto que encierra la potencial existencia de “robots asesinos”, que imitan los peores sueños de las películas de ciencia ficción. La mirada gélida de Hilton se suma a visiones alarmantes de respetables intelectuales, como el lingüista Noam Chomsky, o a la advertencia del filósofo israelí Yuval Noah Harari sobre sus dudas acerca de la “capacidad de los humanos para sobrevivir a la IA”.
Otros pensadores, por el contrario, aseguran: “Hemos entrado en un momento prometeico”, y este es uno de esos pocos instantes de ruptura en la historia, esos que suponen un enorme avance con respecto a lo existente, que tienden a cambiarlo todo. Lo fueron, por ejemplo, la invención de la imprenta, la energía nuclear o la propia internet. De lo que se duda es de si tanta energía y efervescencia se debe a que aquí se está librando una batalla entre los gigantes tecnológicos por obtener la supremacía mundial que guiará el futuro de la humanidad toda. Lo incierto y preocupante es el constante llamado a las regulaciones éticas, entre ellas, el pedido de “pausas” de Elon Musk, nada menos.
Lo cierto es que la caja de Pandora se ha abierto y es realmente peligrosa. Quizás mañana sus precursores se arrepientan, y ya no puedan modificar el daño causado, como ocurrió con otros célebres inventores del pasado: tales fueron los casos de Robert Oppenheimer, “padre de la bomba atómica”, o Alfred Nobel, quien logró volver estable el explosivo líquido transformando la dinamita en una tremenda fuente de destrucción en su época. Menos conocido por el gran público fue Arthur Galston, biólogo vegetal estadounidense y creador del arma que luego se transformaría en el “agente naranja”, que otros científicos usaron para arrasar selvas y cosechas durante 20 años en Vietnam.
Hoy, estamos en un momento único, donde el conocimiento se duplica en menos de un año, y esta aceleración aumenta día tras día. Habrá tantos errores como aciertos. En manos equivocadas, el mal uso de estas tecnologías podría provocar hecatombes que hoy ni siquiera entran en nuestra imaginación.
Estamos quizás frente a uno de los desafíos más angustiantes de la humanidad: el potencial gigantesco de la automatización que nos propone la IA del futuro cercano debe mitigarse con ética, previsión y regulación certeras. ¿Seremos más responsables y menos ambiciosos para lograr un mundo mejor, ese que todos deseamos? ¿O desataremos una distopía tan injusta y caótica que nos acerque cada vez más a la destrucción?
Tal vez, antes de lo esperado, veremos estos resultados.
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