El misterio del pozo de San Patricio: ¿es la puerta de entrada al purgatorio?
- Tiene 63 metros de profundidad, 13 metros de ancho y dos escaleras de 248 peldaños cada una.
- Fue encargado por el Papa Clemente VII en el año 1527.
En una pequeña ciudad de Italia, Orvieto, se encuentra una obra maestra de la ingeniería del siglo XVI.
Al
mirarla cuesta entender su función y el porqué de su extraño diseño,
pero empezar a recorrerla uno queda fascinado por sus dos escaleras
helicoidales que se adentran 63 metros en las profundidades de la tierra en busca del agua.
Cuando Carlos V saqueaba Roma en 1527, el Papa Clemente VII aprovechó la oscuridad de la noche para escapar del Vaticano disfrazado de vendedor de fruta.
En su huida Clemente se refugió en Orvieto, pero no estaba tranquilo,
porque estaba convencido que Carlos V iría por él, por lo que decidió reforzar las defensas de la ciudad.
La ciudad de Orvieto era un emplazamiento fácil de defender, una especie
de fortaleza natural situada sobre una roca volcánica que se levanta
unos 50 metros sobre el terreno circundante. Aunque esta fortaleza tenía
un punto débil: la falta de agua.
Clemente le encargó a Antonio da Sangallo el Joven la construcción de un nuevo pozo con el que asegurar el suministro de agua en caso que el Papa se viera otra vez bajo asedio.
Una joya arquitectónica
Sangallo
decidió cavar en la posición más baja de la ciudad, próximo al borde
del precipicio que rodea la ciudad y cerca de las ruinas de una antigua acrópolis etrusca.
El objetivo era llegar al manantial de San Zeno situado a unos 55 metros
debajo de la roca. La obra no era una empresa fácil, por un lado estaba
la profundidad que se tendría que excavar, pero luego habría resolver
el problema de cómo subir el agua a la superficie. La ingeniosa solución
propuesta por Sangallo a este último problema es lo que haría especial este pozo.
La obra, de 13 metros de diámetro, constaría de dos escaleras helicoidales que descenderían hasta el nivel en que se encontraba el agua. Estas dos escaleras que jamás se encontrarían,
estarían iluminadas y ventiladas por ventanas. Al tratarse de dos
escaleras independientes, y no sólo una, permitirían a los animales de
carga bajar a buscar agua a través de una de las rampas y volver por la
otra sin cruzarse con los que bajaran ni hacer ningún giro brusco, haciendo así todo el proceso más rápido y fácil.
Este
modelo de circulación dentro del pozo hace que si dos personas se ven
cara a cara a través de las ventanas al mismo nivel, aunque parezca que
se encuentran muy cerca en el mismo plano, se encuentran muy lejos, teniendo que bajar hasta el fondo del pozo o subir hasta la superficie para encontrarse.
Sin embargo, para
llegar a aquel que se ve en una ventana más abajo o más arriba, basta
con caminar sólo unos pasos. La dos escaleras permiten otros recorridos
que dan lugar a situaciones curiosas, por ejemplo si dos deciden
ascender desde el fondo del pozo cada uno por una escalera, se verán
cara a cara a través de cada ventana pero saldrán dándose la espalda el uno al otro, uno por el norte y otro por el sur.
La construcción del pozo comenzó en 1527
de la mano de Antonio da Sangallo y, aunque 3 años más tarde Carlos V y
Clemente VII se habían reconciliado, la excavación del pozo continuó
hasta que, casi 10 años después de su comienzo, se llegó al agua, para
entonces Clemente ya había muerto, Pablo III ocupaba su lugar y el
motivo por el que se construyó el pozo resultaba bastante lejano.
¿La entrada al Purgatorio?
El
resultado final fue un edificio sin habitaciones, en él que el espacio
sólo sirve para ser recorrido. Este edificio enterrado está formado por
dos cilindros. La sencillez del cilindro interior, que es hueco y
continuo, contrasta con la complejidad del exterior, que contiene las
dos escaleras superpuestas.
La profundidad final del pozo fue de 63 metros, lo que hizo necesario que cada una de las dos escaleras tuviera 248 escalones y construir 72 ventanas para su ventilación e iluminación.
Un puente de madera
sobre la cisterna situada en el fondo del pozo permitía que una vez
acabada la operación de carga de agua, los animales pudieran tomar la
escalera opuesta y emprender el ascenso de vuelta.
La
autoría arquitectónica del pozo se le atribuye a da Sangallo, aunque
más tarde se hizo cargo de la dirección de la obra Giovanni Battista da
Cortona y sería el escultor y arquitecto florentino, Simone Mosca, el
encargado de acabar la parte superior del pozo, es decir, la parte que
está por encima del nivel del suelo, donde están las puertas de entrada y
salida y donde se colocó una inscripción latina que recuerda: “quod natura munimento inviderat industria adiecit” (lo que la naturaleza privó, lo provea la diligencia).
El nombre por el que es conocido en la actualidad, Pozzo di San
Patrizio, le llegaría siglos más tarde, cuando alguien, tal vez
impresionado por su profundidad, dijo que le recordaba el abismo al que
el santo irlandés, San Patricio, acostumbraba a retirarse para rezar.
En una pequeña ciudad de Italia, Orvieto, se encuentra una obra maestra de la ingeniería del siglo XVI.
Al mirarla cuesta entender su función y el porqué de su extraño diseño, pero empezar a recorrerla uno queda fascinado por sus dos escaleras helicoidales que se adentran 63 metros en las profundidades de la tierra en busca del agua.
Cuando Carlos V saqueaba Roma en 1527, el Papa Clemente VII aprovechó la oscuridad de la noche para escapar del Vaticano disfrazado de vendedor de fruta.
En su huida Clemente se refugió en Orvieto, pero no estaba tranquilo, porque estaba convencido que Carlos V iría por él, por lo que decidió reforzar las defensas de la ciudad.
La ciudad de Orvieto era un emplazamiento fácil de defender, una especie de fortaleza natural situada sobre una roca volcánica que se levanta unos 50 metros sobre el terreno circundante. Aunque esta fortaleza tenía un punto débil: la falta de agua.
Clemente le encargó a Antonio da Sangallo el Joven la construcción de un nuevo pozo con el que asegurar el suministro de agua en caso que el Papa se viera otra vez bajo asedio.
Una joya arquitectónica
Sangallo decidió cavar en la posición más baja de la ciudad, próximo al borde del precipicio que rodea la ciudad y cerca de las ruinas de una antigua acrópolis etrusca.
El objetivo era llegar al manantial de San Zeno situado a unos 55 metros debajo de la roca. La obra no era una empresa fácil, por un lado estaba la profundidad que se tendría que excavar, pero luego habría resolver el problema de cómo subir el agua a la superficie. La ingeniosa solución propuesta por Sangallo a este último problema es lo que haría especial este pozo.
La obra, de 13 metros de diámetro, constaría de dos escaleras helicoidales que descenderían hasta el nivel en que se encontraba el agua. Estas dos escaleras que jamás se encontrarían, estarían iluminadas y ventiladas por ventanas. Al tratarse de dos escaleras independientes, y no sólo una, permitirían a los animales de carga bajar a buscar agua a través de una de las rampas y volver por la otra sin cruzarse con los que bajaran ni hacer ningún giro brusco, haciendo así todo el proceso más rápido y fácil.
Este modelo de circulación dentro del pozo hace que si dos personas se ven cara a cara a través de las ventanas al mismo nivel, aunque parezca que se encuentran muy cerca en el mismo plano, se encuentran muy lejos, teniendo que bajar hasta el fondo del pozo o subir hasta la superficie para encontrarse.
Sin embargo, para llegar a aquel que se ve en una ventana más abajo o más arriba, basta con caminar sólo unos pasos. La dos escaleras permiten otros recorridos que dan lugar a situaciones curiosas, por ejemplo si dos deciden ascender desde el fondo del pozo cada uno por una escalera, se verán cara a cara a través de cada ventana pero saldrán dándose la espalda el uno al otro, uno por el norte y otro por el sur.
La construcción del pozo comenzó en 1527 de la mano de Antonio da Sangallo y, aunque 3 años más tarde Carlos V y Clemente VII se habían reconciliado, la excavación del pozo continuó hasta que, casi 10 años después de su comienzo, se llegó al agua, para entonces Clemente ya había muerto, Pablo III ocupaba su lugar y el motivo por el que se construyó el pozo resultaba bastante lejano.
¿La entrada al Purgatorio?
El resultado final fue un edificio sin habitaciones, en él que el espacio sólo sirve para ser recorrido. Este edificio enterrado está formado por dos cilindros. La sencillez del cilindro interior, que es hueco y continuo, contrasta con la complejidad del exterior, que contiene las dos escaleras superpuestas.
La profundidad final del pozo fue de 63 metros, lo que hizo necesario que cada una de las dos escaleras tuviera 248 escalones y construir 72 ventanas para su ventilación e iluminación.
Un puente de madera sobre la cisterna situada en el fondo del pozo permitía que una vez acabada la operación de carga de agua, los animales pudieran tomar la escalera opuesta y emprender el ascenso de vuelta.
La autoría arquitectónica del pozo se le atribuye a da Sangallo, aunque más tarde se hizo cargo de la dirección de la obra Giovanni Battista da Cortona y sería el escultor y arquitecto florentino, Simone Mosca, el encargado de acabar la parte superior del pozo, es decir, la parte que está por encima del nivel del suelo, donde están las puertas de entrada y salida y donde se colocó una inscripción latina que recuerda: “quod natura munimento inviderat industria adiecit” (lo que la naturaleza privó, lo provea la diligencia).
El nombre por el que es conocido en la actualidad, Pozzo di San Patrizio, le llegaría siglos más tarde, cuando alguien, tal vez impresionado por su profundidad, dijo que le recordaba el abismo al que el santo irlandés, San Patricio, acostumbraba a retirarse para rezar.
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