CRONICA DE UNA TRAICION

Por FONTANAZUL

¡Claro, Ud. veía todo desde su ventana del primer piso de su casa!!

Casi 20 años hemos sido vecinos y, a pesar de que con solo cruzar la calle y tocar el timbre, presentación por medio, hubiésemos disfrutado de una vecindad o amistad provechosa para ambas familias.

Yo me enteré de la muerte de su esposo la ver el cortejo fúnebre que partió de su casa, ese domingo tan lluvioso del invierno pasado.

No me arrimé a darle mis condolencias por sentir que debía haberlos conocido antes de su luto.

Ahí sentí la culpa de mi falta-de nuestra falta-de modales, sobre todo en una pequeña ciudad como Sunchales.

Ahora Ud. se cruza de vereda, estoy solo en mi modesta casa, un chalecito muy parecido al suyo, de dos plantas, techos colorados, dos ventanas abajo y una en el piso de arriba, jardincito al frente, gallinero atrás, casitas casi todas iguales en un barrio construido por la intendencia de Perrechia, un peronista populista y demagogo que las hacia hacer aburridamente iguales, salvo por lo pocos toques personales de sus nuevos propietarios, que con una ínfima cuota tendrían su escritura en unos 30 años.

Josefina no está en casa, ya se lo dije, ¿no?

¡Ha, Ud. ya lo sabía!

Ve todo desde su ventanita, quien entra y quien sale de mi casa.

Yo debí haberme enterado hace mucho tiempo.

Nunca imaginé quesería víctima de su infidelidad.

¡Y no como un desliz pasajero, una calentura momentánea, no, tenía que cornearme por casi dos años!

Engañarme con el imbécil de Faustino, el ex de Priscila, su hermana.

Y yo que lo invité a comer varias veces cuando se separaron y se veía tan compungido, vagando como una ameba en el agua estancada.

¡Solo de toda soledad el muy maldito!

Y siempre es así en estos pueblos, todos lo saben, pero nadie te lo va a decir, por eso de:” el comedido siempre sale jodido”.

Desde que me casé con Josefina, después de tres años de noviazgo en los que la respeté como quería Pascual, su viudo padre, porque siendo su única hija, le predicaba que: “los hombres después que tienen lo que desean se van “Y bueno, debimos contener nuestras hormonas fluyendo en nuestro torrente sanguíneo, en especial yo, porque Josefina se me insinuaba todo el tiempo pretendiendo tener sexo, el que yo prometí a su padre, no darle hasta la noche de bodas.

Solo masturbándome lograba resistir mis impulsos eróticos, la calentura de rascar todas las noches en el oscuro zaguán de su casa.

Ella nunca me dijo como se desahogaba entonces y yo nunca me atreví a contarle como lo hacía.

Así que Ud. veía cuando entraba en Faustino una hora después de que yo me iba a primera hora de todas las mañanas de lunes a viernes, pues los fines de semana no trabajaba, en la metalúrgica que estaba casia una hora de viaje en auto por ese viejo camino aun de ripio y tosca.

Tenían toda la mañana y parte de la tarde para estar juntos y hacer todo lo que no hacia conmigo, porque siempre le dolía la cabeza cuando yo le insinuaba tener sexo de vez en cuando.

Nunca sospeche nada cuando llegaba a eso de las seis de la tarde, cansado de mi trabajo que era extenuante.

Mi trabajo, Ud. lo debe saber, es estar a cargo d ellos hornos de fundición de hierro de la Pilquiyense, la metalúrgica más importante de todo Santa Fe.

Esos hornos, tal vez Ud. lo sepa, derriten el hierro a unos 1700 grados centígrados y no pueden apagarse nunca, ni los fines de semana que nadie trabaja allí.

Un sistema computarizado controla verifica constantemente que los hornos Esten funcionando, que no se apaguen y mantengan los parámetros técnicos adecuados.

¿Así que Ud. dice que el Faustino se quedaba de tres a cuatro horas diarias?

Nunca pensaron que Ud. estaría ahí, en la ventanita de su primer piso, observando sus movimientos de entrada y salida de mi casa.

Me resultó muy extraño que Ud. se cruzara cuando supo que Josefina no estaba, e invitarme a tomar un café en su casa.

Confesarme lo que vio estos dos años por su ventana, como vilmente Josefina me fue infiel.

Imagino que Ud. lo hizo porque le daba lástima que daba ver al cornudo del pueblo ser ignorante de esta cruel verdad que me duele como una daga de fuego atravesando mis tripas, mezcla de odio, dolor, desengaño y vergüenza.

Le digo que de entrada la odié por abrirme los ojos, por desnudar esta verdad que veían sus ojos que ahora son los míos, de un modo tan vívido, casi podía ver lo que sucedía en mi dormitorio.

Siempre fui un buen tipo y, también creí ser un buen marido.

No tuvimos hijos porque yo no tenía suficientes espermatozoides debido a que de niño tuve paperas y me afectó ambos testículos.

Eso me dijo el Dr. Farías cuando lo consultamos después de indicarnos el estudio de esperma de rigor.

Ese día no podía llenar en el tarrito ese que me dio una enfermera en el baño de la clínica, con una revista pornográfica y todo.

Todos los viernes le tría un ramo de violetas, sus flores favoritas, que, don Pedro envolvía cuidadosamente con papel celofán y un moñito rosa.

Nunca le hice faltar nada, la casa estaba equipada con todos los muebles, enseres y adornos que ella quiso.

Pasé tres años pagándole las cuotas a Joaquín el carpintero del pueblo que nos hizo los muebles como ella quería.

Yo siempre gané bien, pero Josefina gastaba mucho y nunca se lo reproché. Trabajaba hora extras para darle los gustos.

Me convenció de comprar un 0km y me tuve que meter en un plan de ahorro y en un año licitamos y lo tuvimos en casa.

Cuantas horas de sexo, caricias, besos, bebiendo juntos, fumando un cigarrillo después, ¿habrán pasado juntos?

¡¡Y todo eso doña en mi propia casa!!

El guardia de la empresa me reconoció enseguida el sábado ese que entré con mi coche nuevo.

Al fondo los hornos iluminaban la escena con una luz entre amarilla y rojiza y las chispas semejaban rayos de un infierno caliente y cercano.

Moldes, cintas transportadoras, asbesto, caminos altos de metal, lo único que sobrevive en ese ámbito de calor excesivo.

Mi traje térmico esta en el mismo lugar que lo dejé el viernes. Me lo puse y ya protegido con el casco can pantalla protectora, me aproximé a la puerta de inspección del hormo mas grande. La abrí y sonó el habitual ruido metálico, rustico.

La bolsa que bajé del baúl, aunque algo pesada, se deslizo fácil y suavemente por el hueco incandescente.

Un olor a asado invadió inmediatamente el lugar, solo por un par de minutos. Los 1700 grados centígrados harían bien su trabajo, consumiendo bolsa y contenidos en no mas de cinco minutos y, apenas pude ver unas llamas verde azulinas de la rápida cremación.

Saludé al guardia, salí del lugar, fui a casa a tomarme un par de wiskies.

El mes que viene iré a ver a Faustino, ¿qué le parece doña??



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