Columna del Dr. Jorge Rachid


El neoliberalismo mata compatriotas y sueños del pueblo argentino, la lucha frontal democrática es la respuesta.

A lo largo de la historia hasta el día de hoy, la palabra “terrorismo” ha sido utilizada por el poder para estigmatizar a quienes se oponen a la colonización, las tiranías o el ejercicio autoritario de la represión.

Todos quienes enarbolaron la consigna de derrotar al “terrorismo” en nombre de “los más altos intereses de la Nación”, fueron los principales saqueadores de nuestro patrimonio, como hoy quienes ejercen el poder.

Es verdad también que originaron más mártires que héroes, ya que la persecución tiene por objetivo, además de la eliminación, generar miedos sociales extendidos, que paralicen cualquier atisbo de reclamo.

Es la mecánica de libro del poder neoliberal: “discurso único”, “el cumplimiento de las leyes”, “ser un país serio”, “institucionalidad para que vengan las inversiones”, “liberar el espacio público (de negros, pobres e indeseables)”.

Bajo esas premisas reprimen y matan.

Esas consignas que no significan valores, sino metas económicas y principios que sólo se aplican a quienes nada tienen, pero no son observados por los dueños del poder, permiten que las mejores tierras del mundo estén en manos de apropiadores y genocidas que a lo largo de la historia, se fueron apropiando de un recurso natural que es de todos los argentinos.

Peor aún, hasta las tierras de los Parques Nacionales fueron entregadas a grandes terratenientes extranjeros, colocando nuestras fronteras en estado de indefensión.

La imágenes de Tupac Amaru y Tupac Atari, quienes iniciaron el proceso de emancipación de las tierras americanas, fueron sacrificados en el altar de los mártires libertarios, pero no fueron los únicos ya que los revolucionarios del siglo XlX fueron perseguidos, asesinados, expatriados, siendo nuestros máximos héroes la expresión de ello.

Quizás por esa causa el poder neoliberal “le pidió perdón” a los españoles por la Revolución Nacional Sudamericana, como dice nuestra Declaración de Tucumán, escrita en quechua, aymará y guaraní.

Fue “terrorista” Jauretche en Paso de los Libres cuando atacó los cuarteles para reinstalar al radicalismo desalojado del gobierno por el poder terrateniente, como hoy, en 1930; lo fueron los trabajadores de la Patagonia Trágica con 1.500 fusilados, los de los quebrachales chaqueños en Villa Guillermina, lo mismo que los obreros que reclamaban en los Talleres Vasena con 700 muertos.

“Terroristas” siempre fuimos los peronistas desde 1955 en la Resistencia, hasta en el Cordobazo, Rosariazo y Mendozazo y las formaciones especiales, en cada dictadura militar.

Perón lo fue desde su exilio, sufriendo atentados contra su vida, de los “demócratas” en su periplo de 18 años de persecución.

Esta democracia que hoy tenemos en la Argentina, en su más largo período histórico que se tenga memoria, está siendo puesta en riesgo por un poder que se cree omnímodo, respaldado por los intereses extranacionales de los Fondos de Inversión supranacionales, la cadena internacional hegemónica de medios y los diseños estratégicos de EEUU en su consolidación del “patio trasero”, para lo cual deben establecer bases firmes de dominación en nuestro país, desde militares hasta económicas, desde políticas hasta sociales, ejerciendo el control social necesario a sus intereses.

Las persecuciones a los dirigentes y funcionarios del gobierno popular, la detención ilegal de Milagro y ex funcionarios bajo arresto por fuera de los códigos penales, hasta las represiones en las movilizaciones sociales, la persecución a los sindicatos, el despliegue de fuerzas represivas en la vida cotidiana de los argentinos y la muerte de jóvenes luchadores sociales, fusilados por la espalda o ahogados bajo presión, son las fotos dramáticas de éste tiempo.

Que no se equivoquen los que justifican bajo discursos de la post verdad, o sea de la mentira, que intentan instalar desde el poder.

Ya los relató Foucault en Vigilar y Castigar en su famoso “panóptico”, que no inventó pero popularizó, inmortalizado por Orwell el “1984”.

Una sociedad vigilada, atemorizada, reprimida no es una comunidad democrática: democracia es libertad de movimiento, de pensamiento y de acción política y social.

Esa no es una grieta, es el abismo que separa Patria o Colonia.

Las muertes de compatriotas y el entierro de sueños, esperanzas y utopías del pueblo, llevará sin dudas a nuevos niveles de lucha democrática, más firmes y concretas, sobre un poder que dice “dialogar” a los tiros, bajo la represión indiscriminada, política y social, militarizando la sociedad y cercenando derechos individuales.

Un poder que accede pasivamente a las extorsiones de los supuestos dueños de grandes extensiones de tierras, que han sido logradas por mecanismos non santos, en clara violación a las políticas de tierras de fronteras.

Ahí no hay ley ni represión, pese a la ocupación ilegal de lagos y fronteras argentinas.

La violencia institucional tipo Rambo, ejercida con soberbia y desprecio por la vida humana, es una expresión más de la intolerancia neoliberal por lo diferente, lo opositor, aunque se vistan de democráticos los hemos “visto desnudos” en su accionar que les hace perder legitimidad cada día.

Esa violencia no debe ser respondida con una violencia mayor: “en la lucha contra el caníbal, lo único que no se puede hacer es comérselo”, porque es lo que busca el poder, por lo cual crea supuestos grupos “terroristas” que justifiquen su accionar.

Combatiremos como siempre los hicimos, con la Constitución en la mano y volveremos al gobierno como siempre con el voto del pueblo.

Es nuestra diferencia, profunda en la historia, con el golpismo militar o institucional.

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