Columna de Alfredo Zaiat
Economista
Tasas de interés altísimas y riesgo para bancos y ahorristas. Otra bomba macrista
El
stock de Letras de Liquidez (Leliq) del Banco Central aumenta a toda velocidad con intereses que crecen en forma exponencial. Esos activos
que los bancos pueden integrar como encajes son contrapartida de plazos
fijos. El antecedente del Plan Bonex de 1989.
En la primera semana, los intereses devengados sumaron 5900 millones
de pesos. En la segunda, subieron a 6300 millones pesos. En la tercera,
avanzaron hasta más de 8400 millones de pesos. La proyección es
creciente y exponencial en la cuenta intereses a pagar por las Letras de
Liquidez (Leliq) emitidas por el Banco Central.
La tasa de interés
máxima de esos instrumentos de absorción monetaria es de casi el 74 por
ciento anual que, con renovación cada 7 días, se eleva al 103 por ciento
efectiva anual. En apenas 20 días del comienzo de otro experimento de
la ultraortodoxia monetarista en el BCRA, el stock de Leliq aumentó casi
en 50 por ciento, al totalizar 605 mil millones de pesos. Pocos días
antes, el 17 de septiembre, sumaba apenas 258 mil millones de pesos. Si
la Bomba Lebac inquietaba cuando alcanzó 1,2 billón de pesos con
vencimientos mensuales, la Bomba Leliq debería encender todas las luces
de alerta.
A menos de un mes del nuevo plan monetario presentado por la
conducción tuitera del Banco Central, el stock de Leliq es equivalente a
la mitad del máximo alcanzado por las Lebac, pero a una tasa que casi
lo triplica. El Fondo Monetario Internacional exigió desarmar la Bomba
Lebac como parte del acuerdo de salvataje financiero a los dueños de
bonos argentinos. El camino elegido fue reemplazarla por otra con un
potencial más devastador.
El cálculo es sencillo. Cuando las Lebac alcanzaron un monto máximo,
la tasa de interés que pagaba el Banco Central era de 26,3 por ciento
anual, el 18 de abril pasado, y el plazo de vencimiento era cada treinta
días. Con un stock que hoy es la mitad de esa suma pero con una tasa
tres veces más elevada, las Leliq están devengando un monto de intereses
a una velocidad mayor y a un plazo más corto, de siete días. Es un
cuadro monetario-financiero explosivo y más peligroso que el que había
con las Lebac.
Bicicleta
Las Lebac se convirtieron en un vehículo de inversión en pesos de
grandes fondos internacionales y locales, y también del pequeño y
mediano ahorrista. La megadevaluación, que duplicó la paridad cambiaria
en pocos meses, licuó en forma fulminante esos pasivos del Banco
Central. El costo directo de una eventual alza del dólar lo asumía quien
apostaba a las Lebac. Y así fue. La devaluación tuvo efecto
inflacionario y esa licuación no generó un problema para el sistema
bancario.
Las Lebac permitieron una bicicleta financiera que fue
aprovechada durante dos años y quienes no salieron a tiempo recortaron
ganancias acumuladas o perdieron si ingresaron tarde a ese frenesí
especulativo.
Las Leliq, en cambio, están sólo en manos de entidades financieras
que, con las tasas altísimas que cobran por ellas, tientan, a la vez, a
ahorristas con tasas elevadas por plazos fijos, aunque menores a las de
las Leliq. Con gran parte del dinero que reciben por las colocaciones a
plazo, las entidades compran Leliq. En esa diferencia de tasas, los
bancos obtienen una utilidad importante facilitada por el Banco
Central.
El factor distintivo con respecto a las Lebac es que una porción de
las Leliq son contrapartida de depósitos a plazo, por eso esta bomba es
más peligrosa. Publicistas del macrismo dicen lo opuesto, en una muestra
de desconocimiento de la dinámica financiera y cambiaria de la economía
argentina.
Los bancos pueden además utilizar las Leliq para integrar parte de
los encajes (la porción de los depósitos que deben inmovilizar, es
decir, que no pueden prestar) en el Banco Central.
De esa forma, esos
encajes que antes no rendían nada ahora pasaron a ser remunerados por la
autoridad monetaria.
Las Leliq son un canal de trasmisión financiero-monetario que
involucra al Banco Central, a los bancos y a los ahorristas. El BCRA las
utiliza como un mecanismo de absorción monetaria; las entidades,
inducidas a suscribirlas para integrar parte de los encajes, las eligen
porque consiguen un diferencial de tasa espectacular; y los ahorristas,
seducidos con tasas nominales elevadas, se quedan entonces en plazos
fijos y no corren al dólar. Cada una de las partes integra la Bomba
Leliq. O sea, a diferencia de la Bomba Lebac, el riesgo del estallido
involucra a los principales protagonistas del sistema bancario
doméstico.
Emisión
El último informe de FIDE precisa que los pagos de intereses anuales
de las Lebac fueron equivalentes a 2 por ciento del PIB, señalando que
con las Leliq la situación es más grave porque el Banco Central no
define la tasa, sino que lo hacen los bancos. Tasas arriba del 70 por
ciento anual “no sólo consolidan la redistribución de ingresos públicos
hacia el capital financiero, sino que también vuelven a generar una
fenomenal fuente de emisión monetaria hacia delante”, explica el
reporte.
Como se ha vuelto habitual en la economía argentina, quienes se
presentan con las credenciales de ser los mejores profesionales,
formados en las mejores universidades del mundo y cargando en la mochila
el corpus teórico dominante, son los responsables de los mayores
descalabros. Además de estudiar modelitos, regresiones y series de
tiempo, acercarse un poco a conocer la historia financiera argentina
desde la década del 70 evitaría que transiten caminos que derivaron en
crisis de proporciones.
La postulación, concepción e instrumentación de las Leliq reúne
muchos parecidos a los encajes fraccionarios remunerados utilizados por
el Banco Central como instrumento de control monetario, entre 1977 y
1989. Así fue con la Cuenta de Regulación Monetaria, que nació con José
Alfredo Martínez de Hoz en la dictadura militar y se extendió hasta
1985, y con las diferentes denominación de encajes remunerados (Bonor,
Bonorcito, Denor, Denorcito, Bono Vicens, Cedep), con Juan Vital
Sourrouille y José Luis Machinea en el gobierno de Alfonsín. La
evidencia histórica muestra que esas experiencias culminaron en crisis
traumáticas.
Ese tipo de política monetaria no frena el alza de la tasa de
interés, genera una impresionante burbuja de deuda del Banco Central con
las entidades financieras y debilita aún más el mercado de crédito
bancario. Resulta obvio que no hay diferencia entre remunerar encajes en
forma directa y la opción de exigir a las entidades a constituirlos en
títulos emitidos por el Tesoro (Bote 2020) o por el Banco Central
(Leliq), como se permite ahora.
Remunerar significa que los bancos reciben una compensación (dinero),
determinada por una tasa de interés, por la inmovilización (encajes) de
una parte de los depósitos. Es un gasto del Banco Central (déficit
cuasi fiscal) que se cancela finalmente con emisión de dinero.
Es un
mecanismo que sólo puede salir airoso si aumenta persistentemente la
demanda de dinero, esto es, que la población quiera tener en su poder
cada vez más pesos. Con una inflación minorista muy elevada, del 6,5 por
ciento de septiembre y de un piso del 5,0 por ciento en octubre, y una
inflación mayorista desbocada en el 16,0 por ciento en septiembre, la
tasa de interés del 50 por ciento anual por plazos fijos sólo neutraliza
en el cortísimo plazo la fuga hacia el dólar. Se posterga así el
derrumbe de la demanda de dinero, que en el momento que se produzca no
habrá tasa de interés que pueda detenerlo.
Plan Bonex
Para desarmar la Bomba Lebac, que generaba un costo inmenso al Banco
Central, la economía macrista diseñó tres nuevas bombas: la de Letes, de
Lecap y de Leliq, para absorber los pesos de la no renovación de las
Lebac. Los dos primeros pasivos (Letes y Lecap) generan un costo
(déficit fiscal) al Tesoro, y las Leliq al Banco Central (déficit
cuasi fiscal). Para eliminar el riesgo de las Lebac, se avanzó en un
esquema que extendió el costo hacia el Tesoro y amplificó el del Banco
Central. O sea, el riesgo se multiplicó.
La estrategia de restricción monetaria encierra su propia
contradicción, puesto que se presenta como la vía para controlar la
emisión de dinero para provocar una reducción de la tasa de inflación,
pero va acumulando creciente emisión futura por la tendencia exponencial
de intereses devengados, lo que termina acelerado el desborde
monetario. En esa lógica económica monetarista, el saldo es una
inflación descontrolada.
A diferencia de la Bomba Lebac, una megadevaluación como la de este
año no es suficiente para licuar la deuda inmensa que se va acumulando
con las Leliq (emisión monetaria reprimida), sino que tiene que haber un
ajuste cambiario aún más fuerte que desemboque en una hiperinflación
que limpie ese pasivo.
La experiencia del ‘89 muestra que igual no alcanzó sólo con la híper
y se necesitó de otra dosis de licuación por vía de la reestructuración
de la deuda pública.
Esto último es lo que se aplicó a fines de 1989, cuando el gobierno
de Carlos Menem, con el ministro Antonio Erman González, instrumentó el
canje compulsivo de plazos fijos por Bonos Externos 1989. Fue el Plan
Bonex que eliminó el mecanismo de encajes remunerados, afectando a los
bancos por la iliquidez inmediata provocada, pero que rápidamente alivió
el Banco Central.
Las entidades además empezaron a realizar un negocio
especulativo espectacular al comprar a precio de remate los Bonex, de
los que ahorristas desesperados se desprendían para recuperar parte del
dinero de los depósitos.
El Plan Bonex permitió al gobierno de Menem relajar la restricción
presupuestaria, pero los ahorristas sufrieron una pérdida de riqueza
agravada luego de la confiscación de los depósitos por la prohibición
temporaria de la operatoria a plazo fijo. El contexto era muy
desfavorable: desmonetización, aumento de la tasa de inflación y del
tipo de cambio.
En esos años también había un festival de bonos con nombres que
remitían a un botiquín de medicamentos. En la plaza bursátil cotizaban
los Tidol, Tacam, Ticof, Bagon, Ledo, Leda, como ahora existen los Bote,
Lebac, Letes, Lecap, Leliq. La denominación de estos papeles de deuda
no es lo más relevante, sino el nivel de tasa de interés que el Tesoro o
el Banco Central se comprometen a pagar y el plazo de vencimiento.
El período de la Bomba Leliq es a siete días (a partir de mediados de
los 70 y hasta la convertibilidad, los plazos fijos también eran a
siete días), y todos los días hay renovación de esas Letras.
La economía
macrista se lanzó de ese modo a una trampa conocida, con tasas de
inflación elevadísimas y fuga hacia el dólar: la exigencia de tasa de
interés más alta para retener depósitos en pesos será persistente, hasta
un nivel que resultará indiferente y la codicia será castigada por el
colapso.
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