Columna de Luis Bruschtein
Las recientes elecciones en los Estados
Unidos pueden afectar a la Argentina en varios aspectos que confirman la
inserción del país que eligió Cambiemos en el mundo. La preeminencia de
esta política ubica bases militares en la Argentina, el extremo de su
patio trasero, en el contexto de la fuerte disputa con China por la
hegemonía. Y con Jair Bolsonaro en Brasil, donde empiezan los rumores
de provocaciones y agresiones contra Venezuela y Bolivia. Otra vez un
continente conmocionado por amenazas militaristas, los antagonismos y la
violencia.
Hillary Clinton y Donald Trump representan sectores diferentes de las
elites económicas norteamericanas. Mientras que el establishment que
respalda a Clinton y Obama plantea la profundización de la hegemonía
estadounidense a partir de la expansión y la dominación económica
respaldada también por las Fuerzas Armadas, Trump prioriza consolidarla
con el poder militar al mismo tiempo que se repliega hacia el
fortalecimiento de la economía interna.
Desde la asunción de Trump, Washington se dedicó a desbaratar los
tratados de libre comercio multilaterales (Nafta, Transpacífico y
Transatlántico) y recuperar a las fábricas que habían emigrado en busca
de mano de obra barata. A su vez, desde 2016, el gobierno de Cambiemos
viene autorizando la instalación de bases norteamericanas en territorio
argentino.
En la triple frontera funciona una base de la DEA para “colaborar” en
supuestas acciones contra el narcotráfico. En Neuquén se instaló una
base militar norteamericana con la supuesta intención solidaria de
“auxiliar en situaciones de catástrofe” tipo terremotos o inundaciones. Y
en Ushuaia se denunció la instalación de otra base militar de ese país
con la desinteresada finalidad de “cooperar en actividades científicas”
relacionadas con la Antártida.
El resultado en las elecciones de medio término en Estados Unidos
permitió a los demócratas recapturar el control de la Cámara de
Diputados. En contrapartida consolidó el dominio republicano en el
Senado. Otro dato inquietante: el resultado puso de manifiesto un
corrimiento a los extremos en las posiciones, donde antes, la mayoría de
las veces los candidatos de uno y otro partido entonaban la misma
canción.
En el partido Demócrata avanzaron los candidatos más progresistas,
algunos que se asumen socialdemócratas –para los parámetros
norteamericanos serían ultraizquierdistas–, representantes del
movimiento feminista, de los latinos y de minorías islámicas. Y del otro
lado, el viejo aparato republicano depuso su rebeldía ante la imagen
grotesca de Trump y se alineó finalmente detrás de su liderazgo
chauvinista y proarmamentista.
Ese fenómeno de posiciones tan enfrentadas es un síntoma de la
época. Las campañas mediáticas de la derecha, a través de intervenciones
piratas masivas en las redes y, en algunos casos, (como Brasil y
Argentina) con el respaldo de las grandes corporaciones de medios, se
caracterizaron por la fuerte carga de odio que inyectaron en la
sociedad.
Valga la digresión: en el diario español El País del viernes se
reproducen las declaraciones del coronel retirado estadounidense y
analista de inteligencia Stefan J. Banach, director de la Escuela de
Altos Estudios Militares de Fort Laevenworth, Kansas.
Para buscar los
fines deseados, dice “es necesario saber comunicar con éxito lo que es
correcto como incorrecto, y lo que es incorrecto, como correcto. Hay que
ser capaz de generar desequilibrio a nivel individual y social...cegar
la mente del adversario a través de la propagación de elementos de
ambigüedad que atacan y engañan a las personas y producen distracciones
masivas...” Los textuales son de un artículo de Olivia Muñoz Rojas.
Y lo
extraño es que las reproduzca un medio que amplificó esa estrategia en
el ataque a los gobiernos populares de la década pasada.
Los mensajes que despiertan odio están elaborados según el público al
que se dirigen. Pueden ser chauvinistas para movilizar a trabajadores
desocupados o precarizados. Parte de la campaña de Trump en estas
elecciones fueron sus amenazas contra la caravana multitudinaria de
centroamericanos pobres que emigran miles de kilómetros a pie hacia
Estados Unidos.
O pueden ser mensajes de tipo sexista o de género,
acusando de pedófilo al candidato contrario, como sucedió en Brasil, o
de asesino narcomafioso, como hicieron en Argentina con Aníbal
Fernández.
Nunca se trata de propuestas concretas o debates entre proyectos de
país. Estos mensajes tan reactivos se construyen también con la ayuda de
medios y funcionarios judiciales, sobre denuncias de corrupción. Pero
el tema favorito, el que suele ser más eficiente a la hora de provocar
odio, es el mensaje sexista, como en el que están empeñados ahora en
Argentina contra la educación sexual integral.
Dicen, por ejemplo, que
promueve la homosexualidad, cuando la realidad es que promueve la no
discriminación. Provocan así a una franja más vulnerable, primitiva, que
reacciona furiosa porque se les dice que la ESI hará homosexuales a sus
hijos.
“Comunicar lo correcto como incorrecto” y al revés. Es significativa
esa frase en boca de un estratega militar norteamericano. Porque lo que
en un principio se pudo interpretar como estrategias electorales de las
fuerzas derechistas en todo el mundo, desde otra mirada puede verse
también como el síntoma de la llegada de otra siniestra Guerra Fría,
donde nuevamente las divisiones serán antagónicas.
Síntoma no quiere
decir necesariamente causa, ni planificación. Es la característica
visible de un fenómeno más abarcador. Será complicada la convivencia de
las corrientes demócratas más progresistas con republicanos tan corridos
a la derecha. Como se hace difícil pensar en el bolsonarismo inducido a
una actitud visceralmente antipetista en Brasil, donde el PT tiene una
gran presencia. Son antagonismos explosivos, amenazantes que pueden
generar estallidos de violencia.
Es un mundo que se va pareciendo al de la Guerra Fría y al de los
años previos a la Segunda Guerra Mundial. Era un planeta donde se
disputaban fuertes hegemonías. Y cuando se producen esas disputas es
porque hay un sistema que cruje y que entró en una crisis de la que
puede salir renovado o reemplazado.
Hace varios años que se viene anunciando que llegaría el momento en
que la economía china se convertiría en la más importante del planeta.
Ese momento ya sucedió desde hace uno o dos años. La economía china
superó a la de Estados Unidos y ha logrado instalarse como la más
importante del planeta. En ese proceso sembró inversiones
multimillonarias en otras regiones del planeta, en especial en países
latinoamericanos. Pero además es el principal tenedor de bonos de la
deuda norteamericana y un gran abastecedor de partes para la maquinaria
industrial norteamericana.
Estas estrategias para antagonizar lograron debilitar procesos
populares para instalar presidentes derechistas y pronorteamericanos en
los países latinoamericanos, los que a su vez han permitido la
instalación de bases militares norteamericanas en sus territorios. Son
países en los que Estados Unidos no invertirá un solo dólar, pero donde
los chinos ya vienen realizando importantes inversiones en
infraestructura como represas hidroeléctricas, centrales atómicas y, en
perspectiva, hasta canales interoceánicos.
Es una disputa donde Estados Unidos está en una situación complicada.
Los llamados populismos chauvinistas de la derecha antiglobalización
han ganado espacio en Europa y tienden a buscar alianzas con Rusia.
Trump trató de replicar la estrategia de Nixon al revés: aliarse con
Rusia para evitar que se junte con China. Pero la denuncia de que
hackers rusos intervinieron en la elección que le ganó a Hillary Clinton
lo obligó a despegarse de Moscú para no perder su frente interno. Y
Rusia, finalmente cerró un acuerdo militar con China.
Es el escenario mundial que servirá de contexto a la Cumbre del G-20
de fines de mes en Buenos Aires. Para Alemania, la principal economía
europea, también sorprendida por el avance de estos populismos de
derecha, será la última vez que la represente Angela Merkel, golpeada en
las últimas elecciones y muy enfrentada con Trump por el proteccionismo
de su gobierno.
El manejo aduanero proteccionista de Washington, cuyos productos, en
cambio, invaden a los demás mercados, le ha ganado pocos amigos a Trump.
Ante los exagerados y poco retribuidos gestos de obsecuencia del
gobierno argentino, autorizando bases, atacando a Venezuela o
desregulando fronteras, Trump sugirió que podría revisar la prohibición
que le aplicó al biodiesel argentino.
Sobre esa base más bien exigua y
lo que pueda ramonear en otras entrevistas, Macri piensa lanzar su
campaña a la reelección. Ha elegido la reunión como telón de fondo para
relanzar su candidatura.
Pero la reunión del G-20, con la ciudad tomada militarmente por más
de 20 mil efectivos de seguridad, con aviones y naves de guerra, propios
y extranjeros, con caravanas de autos acorazados y sus custodias, con
vallas y controles policiales, convertirá a Buenos Aires en una viñeta
de esta nueva era oscura de fuertes antagonismos, que trata de sepultar
las ilusiones de aperturas y profundizaciones democráticas y hermandades
regionales.
Un planeta donde dos colosos disputan su primacía
sordamente. Donde Estados Unidos deberá resignarse a ocupar un lugar
secundario o reaccionar de alguna manera. Un mundo al que hubiera sido
mejor llegar con países latinoamericanos integrados en un bloque sólido y
no divididos e infestados de bases militares norteamericanas y de sus
aliados. Porque no hay que olvidar la poderosa base militar británica en
Malvinas.
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