Con
el golpe dictatorial al presidente Evo Morales ya no quedan dudas que
América Latina está transitando una secuencia de destituciones y
proscripción de sus gobiernos populares inspirada por Estados Unidos y
las corporaciones locales, deseosos de volver a implantar la arcaica
Doctrina Monroe de “América para los norteamericanos”.
Primero fue Lugo
en Paraguay, luego Dilma y Lula en Brasil. A ello hay que sumar las
persecuciones a Rafael Correa en Ecuador y a Cristina Fernández de
Kirchner en la Argentina. Y obviamente fenómenos antidemocráticos y
violentos como la grotesca autoproclamación del presidente Guaidó en
Venezuela, inmediatamente reconocido por EEUU y Brasil, todo lo cual
pone en evidencia la presencia de un poder destituyente en nuestro
continente.
El elemento común es que se tratan de gobiernos democráticos
que han ensayado un camino popular alternativo al exigido por los
Estados Unidos.
¿Por qué Bolivia? Entre todos los gobiernos
populares que se erigieron durante los años 2000 en el continente, la
Bolivia de Evo era el caso más paradigmático. Había logrado
representación popular indígena (el 67% de su población), constituyendo
un Estado Plurinacional, junto con una economía que recuperó sus
riquezas naturales y generó mejoras de enorme trascendencia para la vida
de la mayoría de su pueblo.
Durante su gestión tuvo lugar un
crecimiento sostenido del PBI, una tasa de desocupación en torno al 4%, y
una inflación de las más bajas de la región. Tal era el virtuosismo de
la gestión del binomio Evo-Linera que hasta los neoliberales argentinos
lo citaban como ejemplo insospechado, incluyendo que Bolivia conseguía
colocar deuda internacional a una tasa bajísima, a pesar de haber sido
un país que llevó a cabo la expropiación de la principal empresa de
hidrocarburos.
Y quizás lo más importante en términos sociales: el
gobierno del M.A.S. bajó la pobreza del 35% al 15%. Como sabemos, en la
Argentina, Macri concluirá su mandato con un nivel cercano al 40%.
Paradójicamente,
esos grandes avances sociales transformaron a Bolivia en un ejemplo
inoportuno para América Latina. Posiblemente el triunfo de Alberto
Fernández en la Argentina y las manifestaciones multitudinarias contra
el Chile de Piñera alarmaron a los halcones de Estados Unidos.
Sobre
todo después de la emergencia del grupo de Puebla uniendo al norte y sur
del continente en un nuevo proyecto latinoamericanista. Ello pudo haber
desencadenado la decisión de plasmar el golpe en Bolivia. Aquí resulta
inevitable traer de la historia la guerra contra Paraguay, conocida como
“la triple alianza”, que quedó en la memoria como la “triple infamia”.
El Brasil de Bolsonaro lidera los designios de la potencia imperial de
nuestra época: Estados Unidos; seguidos por una Argentina cómplice:
Mitre entonces y Macri ahora. Se unen otra vez para sofocar una
experiencia ejemplar de desarrollo económico autónomo como hicieron en
el siglo XIX con el Paraguay.
La felicitación impúdica de Donald
Trump a los militares golpistas y el posterior reconocimiento de Jeanine
Áñez -la autoproclamada presidenta de Bolivia-, desnuda el rol activo
de la diplomacia trumpiana en el asalto a la democracia del país
hermano. Junto a ello, la OEA continúa desempeñando un rol deleznable,
primero legitimando el golpe con su veredicto sobre los escrutinios,
posteriormente llamándose a silencio, coronando su papel sub-colonial,
diciendo que fue un auto golpe de Evo Morales. Resulta evidente que
estamos padeciendo las consecuencias de no contar con la UNASUR y CELAC.
Pero
hay otra lectura que se debe realizar: la región va perdiendo uno de
sus mayores atributos políticos que la diferenciaban del resto del
mundo: ser un continente en paz. Dudosamente pueda preverse un impulso
al crecimiento en la región con tal inestabilidad política signada por
la abolición del Estado de derecho.
Pero sobre todo, lo que está en
disputa es el proyecto político continental para América Latina y la
ambición de las grandes potencias por controlar nuestras riquezas
naturales y las posiciones geopolíticas estratégicas ante un eventual
recrudecimiento de las tensiones con China y Rusia.
Nos acercamos
a un acontecimiento de enorme trascendencia para toda América: el 10 de
diciembre en nuestro gran país, asumirá un gobierno popular fuertemente
imbuido de un espíritu americanista. En ese crucial momento, nuestro
continente será interpelado por el grito de Evo: “las oligarquías no
aceptan que un indio y su equipo, puedan cambiar el país”. Sin embargo,
allí recibirá la solidaridad de toda la América progresista y democrática.
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