Trastornos alimenticios: es la tercera enfermedad crónica más común entre las jóvenes.

Argentina es uno de los lugares del mundo con mayor prevalencia de estos cuadros. Somos una población particularmente perfeccionista con el cuerpo.

Todos estamos muy pendientes de las redes sociales. Muchas veces, lo primero que vemos en la página de inicio, son cuerpos de mujeres u hombres, expuestos, espléndidos. Muchos tienen miles, a veces millones de seguidores. A todos nos atrae el glamour, la belleza, lo sexy, la elegancia. Me animo a decir que son de las cosas que más atraen a los seres humanos. Estamos hechos para la belleza. Lo que no sabemos es qué pasa antes o después de la sesión de fotos, de los videos, de los vivos. Esas sonrisas perfectas no duran para siempre. Detrás de modelos, influencers, actrices y muchas otras personas quizás no tan conocidas, hay una larga historia de sufrimiento y privaciones para lograr una imagen adecuada.

A veces no es necesario ser psiquiatra o psicólogo para darse cuenta que muchos de ellos, tienen un trastorno alimentario. En otras ocasiones esos cuerpos son tenidos como la “norma” y uno se acostumbra a esa imagen estereotipada, a esos cuerpos “diseñados”. Por esta razón es una buena oportunidad aprovechar este 2 de junio, Día Mundial de Acción por los Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA), para concientizar sobre este problema que genera muchísimo sufrimiento en mujeres y hombres a lo largo de todo el mundo. 

Los trastornos de la conducta alimentaria son enfermedades de salud mental complejas, multicausales, que afectan principalmente a adolescentes y personas jóvenes. Según los datos de la Organización Mundial de la Salud (OM S), representan la tercera enfermedad crónica más común entre las jóvenes llegando a una incidencia del 5%. Argentina es uno de los lugares del mundo con mayor prevalencia de estos cuadros. Somos una población particularmente perfeccionista con el cuerpo.

El diagnóstico más frecuente es el Trastorno Alimentario No Especificado (TANE), seguido por el de anorexia nerviosa y, finalmente, el de bulimia nerviosa. Todos se desarrollan por la combinación de factores genéticos, psicológicos, y elementos del ambiente que rodea a la persona que los padece. Comparten síntomas centrales, como la insatisfacción con la imagen corporal o una influencia exagerada de ésta en la autoestima. También una preocupación persistente por la comida, peso y/o forma corporal y el uso de medidas no saludables para controlar o reducir el peso. Todo esto deriva en un deterioro significativo del bienestar psicosocial y físico de quienes los sufren.

Por otro lado, los trastornos alimentarios son perjudiciales para la salud y, a menudo, coexisten con la depresión, la ansiedad y/o el abuso de sustancias. Sin un adecuado tratamiento, la enfermedad puede llegar a ser letal. En algunos casos tienden a auto perpetuarse, alterando la calidad de vida de quien los padece por años.

Algo importante a tener en cuenta: estos cuadros son “tramposos”, es decir, no sólo afectan el cuerpo, sino también la mente y nuestra vida social. Somos parasitados por preocupaciones sobre calorías, dietas, cuerpo, comparaciones, etc. No podemos hacer cualquier tipo de salida social sin saber qué y dónde comeremos, qué pensarán los demás, sentimos vergüenza sin saber bien porqué. Para colmo de males, frecuentemente estos cuadros afectan a toda una familia. Encontramos madres y padres dietantes que transmiten sus preocupaciones y hábitos a sus hijos, pensando que les hacen un bien al transmitirles una “vida sana”. 

Afortunadamente, al día de la fecha hay muchos tratamientos con evidencia científica que pueden cambiar la vida de estos pacientes y sus familias. La terapia cognitivo conductual y otras intervenciones derivadas de la misma han demostrado ser muy efectivas para el manejo de estos cuadros complejos. Hoy se puede tener una vida normal después de tanto sufrimiento. Un buen primer paso puede ser reflexionar entre familiares y amigos para promover una mirada crítica hacia los estereotipos que se promueven.

*Ángel Gargiulo. El autor es Médico Psiquiatra (M.N. 136.783) y Director del Centro Integral de Salud Mental Argentino (CISMA).

 

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