Cada junio se celebra el mes del orgullo LGBTQ+ a lo largo del mundo. Pero, sabemos por qué. En los Estados Unidos de 1960, los gays, lesbianas y personas trans vivían en secreto y con miedo. Eran etiquetados de locos por los médicos, de inmorales por los líderes religiosos, y de criminales por la policía. Los rastreos postales se hacían con frecuencia a fin de detectar dónde había homosexuales, los locales frecuentados por homosexuales eran allanados y clausurados y a un sinfín se los intentaba curar con descargas eléctricas y otras aberrantes prácticas.

Miles de personas eran arrestadas cada año en ciudades en las que hoy no podríamos ni imaginarlo, como es el caso de Nueva York, por lo que las autoridades llamaban “crímenes contra la naturaleza”. Y precisamente allí, en Nueva York, ocurre un importante hecho en el famoso barrio de Greenwich Village, aquella noche de verano, el 28 de junio de 1970 en la que gays, lesbianas y personas trans se rebelaron en el famoso bar Stonewall Inn (hoy todavía abierto), frente al recurrente hostigamiento policial.

Este fue el primer momento oficial en la historia del país en el que las personas LGBTQ+ pelearon contra un sistema legal hostil que los perseguía por sus orientaciones sexuales. Así, la famosa Revuelta de Stonewall significó una serie de manifestaciones espontáneas en protesta contra la operación policial en los Estados Unidos bajo el gobierno de Richard Nixon, donde las personas LGBTQ+ se encontraban en pleno ojo del huracán, donde toda persona que se saliera de la estricta normalidad era perseguida por la ley, golpeada por las fuerzas policiales y castigada con prisión por aquel Escuadrón de la Moral. Estos disturbios sirvieron para infundir la fuerza necesaria a las personas oprimidas y perseguidas, comenzando un levantamiento contra la homofobia.

Desde ese momento, las protestas y marchas que se llevan adelante a lo largo de las próximas décadas, desde los años sesenta y setenta en adelante, son las que se rebelan contra un sistema inquisidor. Estas protestas han estado amparadas en el concepto liberal de la igualdad ante la ley y son las que ponen sobre la mesa una libertad y una igualdad ante la ley que han sido negadas durante muchos siglos y que todavía hoy son negadas en cuantiosos países de nuestro planeta.

Sobre este asunto el gran interrogante que esbozamos es el siguiente: ¿a quién daña la homosexualidad, la transexualidad, el poliamor o incluso la prostitución, siempre que estas relaciones, al igual que las relaciones heterosexuales, por ejemplo, ocurran en el marco de decisiones o relaciones consentidas, voluntarias y adultas? La respuesta es simple: a nadie. Tu cuerpo, al fin y al cabo, es tuyo. Ni al Estado ni a nadie le corresponde dictaminar cómo debe ser tu conducta en la cama o en tu vida. Es que lo que dos adultos (o más) hagan manera voluntaria es asunto de ellos y de nadie más.

Pero vayamos a la historia. La homosexualidad ha sido penada durante siglos a lo largo de nuestro mundo. No obstante, todavía hoy, en pleno siglo XXI, las relaciones sexuales entre personas adultas del mismo sexo siguen siendo perseguidas, condenadas y castigadas en más de setenta países. Durante siglos la homosexualidad fue penada en todo el mundo.

En cambio el liberalismo, y como permanentemente lo ha señalado el libertario norteamericano del Cato Institute, Tom G. Palmer, ha sido pionero en la campaña por la liberación de las personas LGBTQ+ frente a la injusticia. Los primeros argumentos a favor de que el comportamiento consentido mutua y voluntariamente entre adultos no le incumba a nadie más que a esos adultos, fueron formulados por autores como Montesquieu, Voltaire, Beccaria y Bentham.

Hoy la homosexualidad se castiga con pena de muerte en once países. En más de treinta -si se es homosexual- se debes cumplir una condena de diez años de prisión. También hay que hablar de las  “terapias de conversión”, todavía vigentes en tantos países del mundo, y defendidas por partidos políticos como Vox en España.

 

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