Hablar de impuestos en el país sirve como ejemplo para toda la región de lo que no hay que hacer: tener más de 160 gravámenes.

Quienes viven en Argentina conocen la existencia del Impuesto a las Ganancias, a los Bienes Personales, el IVA, sobre los créditos y débitos en cuentas bancarias y las cargas sociales vinculados a los contratos de trabajo. También, estimo que la mayoría sabe que existen Impuestos Internos que pagan, por ejemplo, al adquirir productos como tabaco, bebidas alcohólicas, vehículos automotores o productos electrónicos. O los inventos de los últimos años: el Impuesto PAIS que se aplica sobre la compra de moneda extranjera (y que de alguna manera le da al dólar “oficial” en valor del dólar “Blue”) o el Aporte Solidario a las Grandes Fortunas.

Lo que, tal vez, no todos saben es que en Argentina hay otros impuestos, tasas y “contribuciones” nacionales, provinciales y municipales que provocan un listado interminable de alícuotas y que incrementan los valores de todo lo que se consume, empobreciendo a los pagadores de impuestos y quitando toda competitividad posible.

Por ejemplo, hay tributos inmobiliarios, sobre las apuestas y sorteos oficiales, derechos de cementerios, al “ejercicio de profesiones liberales”, gravámenes “sobre estructuras, soportes o portantes de antenas”, un “Fondo Social de Reactivación Productiva” que le suma a Ingresos Brutos una alícuota extra para solventar “medidas de reactivación”, y también a la venta ambulante, al uso de instalaciones municipales, de playas y riberas, a la “plusvalía urbanística” y al servicio de inspección veterinaria, entre muchos otros.

Si ya se cansó de leer esta enumeración, imagínense lo que es pagar todas o gran parte de esas tasas, según sea la actividad y hábitos de consumo. Y más aún lo que es invertir o producir en el país. Lo que cuesta, en definitiva, tener ciento sesenta y siete impuestos, entre gravámenes nacionales (43), provinciales (39) y municipales (85), más el inflacionario.

Para peor, es un número que varía año a año. Así que es probable que mientras los argentinos leen este texto haya uno o dos impuestos más, dependiendo de dónde vivan. De hecho, durante la presente gestión presidencial, se crearon o aumentaron 18 gravámenes. Y los resultados, están a la vista.

Trabajo para el Estado

Hace un tiempo, Manuel Adorni publicó en twitter este mensaje: “Si tu horario laboral es de 9 a 18 horas, recordá que hasta las 14:25 vas a trabajar para pagar impuestos. Si trabajás de lunes a viernes, hasta el miércoles a las 15 horas vas a trabajar para el Estado. Que disfrutes de tu jornada. Saludos. Fin.”

Los argentinos trabajan la mitad del tiempo para pagar impuestos. Recién después, trabajan para su consumo, para su vida, para su placer.

El problema de Argentina y su presión tributaria tiene que ver con lo que le cuesta al argentino esa presión, que no es igual a la que siente un suizo, un alemán o incluso un español. El “esfuerzo fiscal” es demoledor en una sociedad que no tiene resueltos problemas como vivienda, salud, movilidad y empleo, y en muchos casos tampoco la educación.

La solución no es fácil, ni rápida, pero por algo hay que empezar: bajar los impuestos. Bajar la cantidad (es inviable un país con 167 impuestos) y, además, la intensidad de esas alícuotas.

En los últimos años, muchos argentinos (pero también muchos residentes de Chile, Bolivia, México y Perú, entre otros países de la región) vienen consultando cada vez más seguido por alternativas sobre dónde residir o al menos dónde mudar sus empresas. La respuesta a esto es una sola: el crecimiento del populismo en los gobiernos o en los palacios legislativos, la sumatoria de impuestos y leyes que hacen que cada vez se paguen más alícuotas y se produzca menos.

Inflación, desocupación, pobreza, inseguridad. Ya lo vimos. Lo vemos cotidianamente. La salida, en demasiados casos, es la misma: el aeropuerto internacional del país de que se trate.

Si una persona está tranquila en su país, porque paga un nivel razonable de impuestos y sabe que la ley se aplica correctamente, es decir, que vive con seguridad jurídica, no va a buscar otro lugar dónde vivir o dónde poner su dinero. Si, en cambio, una persona vive en un infierno tributario (caso Argentina), va a apelar a una alternativa mejor: sea mudarse (Estados Unidos, España y Uruguay son tres países por los que me consultan permanente) o sea proteger sus activos con estructuras en países de baja o nula tributación.

 

 

 

0 Comentarios