Inadmisible negacionismo del tirano.

El dictador venezolano Nicolás Maduro dijo que el atentado a la AMIA fue un “falso positivo”. Y sus dichos parecen no tener respuesta por parte del Gobierno.

Ante la vista y paciencia de las autoridades argentinas, el dictador venezolano Nicolás Maduro aseguró que el atentado terrorista a la AMIA, ocurrido en 1994, fue un falso positivo.

Una aseveración de esa magnitud importa un inadmisible acto de negacionismo frente a un atentado que costó la vida de 85 personas. Toda vez que al calificar semejante atrocidad como “falso positivo” debe entenderse que el régimen de venezuela sostiene a través del demente Maduro que el ataque a la AMIA fue un auto atentado, una simulación.

Una expresión de ese tipo hermana a Maduro con sus peores socios en el mundo, el régimen de los ayatolas de Irán. Los que sistemáticamente impulsan una agenda anti-occidental, niegan la realidad histórica del Holocausto, cuestionan el derecho a la existencia del Estado de Israel, promueven la búsqueda de un arma nuclear que implicaría una seria amenaza a la paz y la seguridad internacional y no dudan en ejercer el terrorismo como acción política.

Una vez más, los máximos jerarcas de las dictaduras de Venezuela, Cuba y Nicaragua ofrecen una prueba de sus vinculaciones con el terrorismo.

Los dichos de Maduro, sin embargo, parecen no tener respuesta por parte del Gobierno Nacional. Es evidente que tal actitud responde una vez más a la necesidad de satisfacer la demanda ideológica del ultra-kirchnerismo que adhiere y festeja los excesos de las dictaduras de Caracas, La Habana y Managua.

Ni siquiera los insultos al Jefe de Estado parecieron inmutar al Gobierno Nacional. Aun cuando algunos de esos ataques llegan al extremo del que tuvo lugar hace pocas horas, cuando el ultrachavista Pedro Carreño, diputado de la Asamblea Nacional Constituyente (ANC) de Venezuela, apuntó contra el presidente argentino por el conflicto del avión venezolano-iraní investigado por nexos con el terrorismo por la justicia argentina y que está retenido en Buenos Aires. Durante una sesión, Carreño calificó al Presidente argentino como “pelele del Imperio, títere del imperialismo” y eventual “jalabolas” (sic) por su “actitud de rastrerismo con el imperio norteamericano”.

Los hechos tienen lugar mientras el Gobierno Nacional ha convertido a la Argentina en una plataforma de defensa y promoción de las tiranías del hemisferio, tal como surge de su actitud de omisión frente a los cuestionamientos que esos regímenes reciben por sus sistemáticas violaciones a los Derechos Humanos en la Organización de Estados Americanos (OEA) y otros foros regionales e internacionales. Al punto que, hace pocas semanas, la Administración Fernández-Kirchner ofreció otra prueba de amistad y complicidad con la dictadura chavista cuando designó a un embajador en Caracas.

El ejercicio del Poder Ejecutivo otorga al Presidente de la Nación la facultad de conducir la política exterior. Pero esa prerrogativa no puede ser interpretada como un aval para colocar a la Argentina al servicio de regímenes negacionistas y ejecutores de hechos atroces como los atentados terroristas que tuvieron lugar en nuestro país. Ello no puede tener lugar sin implicar una burla para las víctimas, sus seres queridos y la República Argentina en su conjunto.

 

 

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