Se cumplen 10 años del papado del hombre que imprimió su sello a la institución más sabia y conservadora, reticente a cambios, a evoluciones y agiornamientos. Un papado para los pobres, que rechazó los lujos, evitando los protocolos ceremoniales, reconciliando la iglesia con la ciencia, a la postre el mayor adversario de la fe religiosa, sin sucumbir a la contradicción.
¿O o más bien el influjo de los años de pontificado de Jorge Mario Bergoglio, el papa Francisco para los practicantes, con su inquebrantable convicción profundizada en interceder a favor de los más necesitados, de participar activamente en la concepción de un mundo mejor, su coherencia con los principios declarados?
Vivía ya lejos de Argentina cuando se produjeron sus enfrentamientos como Cardenal con el gobierno de entonces, pero desde antes de su papado, la persona de Bergoglio cercana a las vicisitudes del pueblo más humilde y aficionado futbolero, era depositario de toda mi simpatía. El paso de los años de su papado, que cumple una década este 13 de marzo, acrecentó mi respeto por el hombre que imprimió su sello a la institución más sabia y conservadora, reticente a cambios, a evoluciones y agiornamientos.
Un papado para los pobres, que rechazó los lujos, evitando los protocolos ceremoniales, reconciliando la iglesia con la ciencia, a la postre el mayor adversario de la fe religiosa, sin sucumbir a la contradicción.
No le tembló el pulso para criticar a la propia institución señalando la necesidad de la incorporación de la mujer a la conferencia episcopal, encabezando un acercamiento al islam, una proximidad al sufrimiento de las personas homosexuales desde el principio de la piedad y de la comprensión de los nuevos tiempos. Fue duro en la critica condenatoria con los obispos acusados de pedofilia y con el encubrimiento de la Iglesia en un tema tan delicado. Comprendió su tiempo de un modo poco usual no solo en jerarcas religiosos, sino en también entre los más influyentes estadistas.
Los argentinos nos identificamos con aquello que refulge en la creme de la creme, haciéndonos quedar bien entre los más glamorosos. Messi, Gardel, Maradona o la reina de Holanda. Bergoglio llegó mucho más alto, pero una cultivada y consciente humildad le ha hecho no alardear de su logro. Que no se dé un baño de masas en lo que sería la visita más multitudinaria jamás soñada en Argentina.
Un avis rara que vaga por las dependencias del Vaticano, acarreando de la cama al living la pierna que su cadera apresa para atenuar el impulso de la prisa. En la soledad de su poder traducido en responsabilidad, con su Argentina postergada en el centro de la memoria, un quite de Basso, un gol de Sanfilippo, el gato bajo el farol de la calle y la pasta de los domingos. Y enfrente la Historia y el mundo, los frescos, la Piedad de Miguel Ángel y un poco más allá el Coliseo, al que también debe una visita.
Gracias por ser de todos Jorge Mario Bergoglio, papa Francisco.
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