Por qué el populismo y su manipulación mediante el odio son un peligro para la democracia.

En su nuevo libro, “La vida emocional del populismo”, la socióloga Eva Illouz arremete contra este tipo de gobiernos, que considera una “muerte lenta” para las democracias ya que estas, según afirma, “no mueren solo mediante golpes militares”. 

“Las democracias no mueren solo mediante golpes militares u otros acontecimientos así de dramáticos. También mueren lentamente. El populismo es una de las formas políticas que adopta esta muerte lenta”, escribe la socióloga franco-israelí Eva Illouz en su nuevo libro, La vida emocional del populismo.

La autora de ensayos como Por qué duele el amor, Intimidades congeladas y Happycracia, que en 2022 fue distinguida por Academic Influence como una de las diez sociólogas más influyentes de la última década, estudia esos movimientos políticos que, con respuestas sencillas y demagógicas, estimulan y explotan emociones como el resentimiento hacia las élites y el asco hacia los diferentes para construir regímenes que minan las bases de la comunidad política y ponen en cuestión la posibilidad de un futuro en común.

“El fascismo continúa operando en el seno de las sociedades democráticas porque quienes se ven perjudicados por la lógica de la concentración económica no pueden unir los puntos de su cadena causal y, de hecho, pueden oponerse a quienes trabajan para desenmascararla, lo que crea un antagonismo curioso entre quienes se proponen denunciar desigualdades e injusticias y quienes las padecen. Este antagonismo se ha convertido en una característica clave de muchas democracias en todo el mundo”, escribe.

Editado por Katz, La vida emocional del populismo es un ensayo fundamental que arroja luz sobre la actualidad para comprender los nuevos movimientos que corroen los pilares básicos de la democracia. Escrito antes de los trágicos atentados de Hamás, la obra adquiere hoy, sin embargo, nuevos sentidos de urgente actualidad.

Escribe Illouz: “La cuestión de la ideología viciada es especialmente relevante en la actualidad porque en todas partes, la democracia se encuentra bajo el asalto de lo que Francis Fukuyama llama ‘populismo nacionalista’, una forma política que socava las instituciones de la democracia desde dentro y que, por tanto, permite a los actores más poderosos de la sociedad –las corporaciones y los grupos de presión– utilizar el Estado para satisfacer sus propios intereses en detrimento del démos, que se siente curiosamente alienado de las instituciones que históricamente han garantizado su soberanía”.

Así empieza “La vida emocional del populismo”

Podría decirse que las estructuras de sentimiento tienen una doble propiedad: pueden indicar una experiencia social compartida por los miembros de un grupo social, acumulada a lo largo del tiempo, que puede o no nombrarse explícitamente y que puede o no formar parte del discurso político.

A principios del siglo XX, por ejemplo, los austríacos envidiaban a los judíos por su presencia desproporcionada en profesiones como la medicina, el derecho y el periodismo. Esa envidia constituyó probablemente un elemento importante en el virulento antisemitismo ideológico que dio lugar al nazismo, pero esa experiencia afectiva, si bien se basó en la vertiginosa movilidad social de los judíos, no tuvo el nombre explícito de envidia social. Tomó el rodeo de una demonización de los judíos en panfletos, artículos de periódico, caricaturas, rumores y teorías pseudo-científicas. Constituyó un clima de opinión y una atmósfera pública.

La otra dimensión de la estructura de sentimiento remite al carácter público de la política y las políticas públicas y a su capacidad para moldear el afecto de sus destinatarios. Se trata de la capacidad de los líderes, de los medios de comunicación públicos y las políticas gubernamentales, de los actores políticos oficiales y de los jefes de los partidos para moldear emociones o atmósferas afectivas de forma más o menos consciente y más o menos manipuladora etiquetando acontecimientos (pasados, presentes o futuros) y otorgándoles marcos interpretativos públicos. Los líderes políticos invocan a menudo sus propios sentimientos para inducir los de sus electores así como su identificación. Como dijo Walter Lippman en El público fantasma, de 1927:

Dado que es casi seguro que las opiniones generales de un gran número de personas constituyen un popurrí vago y confuso, no se puede actuar hasta que estas opiniones hayan sido procesadas, canalizadas, comprimidas y uniformizadas. Crear una voluntad general a partir de la multitud de deseos generales no es un misterio hegeliano, como han imaginado tantos filósofos sociales, sino un arte bien conocido entre los líderes, políticos y comités directivos. Consiste esencialmente en el uso de símbolos que ensamblan emociones después de haberlas desprendido de sus ideas.

Estos dos tipos de marcos –derivados de la experiencia social y elaborados conscientemente– a veces se entrelazan intrincadamente y reflejan los significados cognitivos y afectivos con los que ciudadanos y los electorados interpretan el mundo social. Este proceso de ensamblar símbolos y, por así decirlo, extraer de ellos su significado afectivo es clave para entender cómo las emociones y los afectos, una vez transformados en imágenes y discursos públicos, se conectan con ideologías viciadas.

Una estructura de sentimiento tiene así una doble propiedad: es una experiencia social compartida por personas que pueden tener una experiencia económica, cultural y social común, y también puede designar las formas en que esta experiencia queda nombrada y enmarcada por los diversos grupos que controlan la arena pública, como los medios de comunicación, actores políticos, grupos de presión, personas influyentes y políticos. Las estructuras políticas de sentimiento consisten en el encuentro fructífero de ambos aspectos. Sin duda, una experiencia social puede ser de un malestar general y vago. Para convertirse en políticamente relevante y operativa necesita incorporarse a un marco de sentido que recodifique el malestar en un conjunto específico de ideas y emociones.

El populismo es una forma (a menudo exitosa) de recodificar el malestar social. Este libro sostiene que, en el contexto israelí, la política populista recodificó tres poderosas experiencias sociales: una se encuentra en los diversos traumas colectivos que vivieron los judíos a lo largo de su historia, incluido el nacimiento del Estado de Israel, que supuso una guerra contra el poder colonial británico y los países árabes circundantes. Estos traumas se han traducido en un miedo generalizado al enemigo.

La segunda experiencia social poderosa es la conquista de la tierra, algo que, desde 1967, se ha convertido cada vez más en objeto de intensas luchas ideológicas sobre la naturaleza del nacionalismo israelí, al tiempo que la tierra se ha convertido en un recurso económico. La Ocupación genera prácticas emocionales de separación e incluso de asco entre diversos grupos de la sociedad israelí.

La tercera experiencia social, de la que se alimenta la poderosa emoción del resentimiento, es la discriminación y exclusión prolongadas de los mizrajíes, judíos nacidos en países árabes o cuyos padres o abuelos nacieron en países árabes. Este resentimiento operó a su vez una transformación radical del mapa político, inclinándolo hacia la extrema derecha.

Por lo general llamadas negativas, estas tres emociones (miedo, asco y resentimiento) se trascienden en el amor a la nación y/o al pueblo judío. Estas emociones son generadas por marcos narrativos anclados en experiencias sociales concretas. En otras palabras, las experiencias sociales se traducen en emociones y motivaciones, creando narrativas que operan en la esfera política. Los actores políticos invocan y movilizan estas narrativas en sus luchas por el poder y la autoridad.

Una vez movilizadas en la esfera pública, estas emociones se impregnan de lo que yo llamaría un excedente de afectos imaginarios: las emociones se alimentan tanto de experiencias sociales como de la invocación de guiones narrativos imaginados –por ejemplo, del enemigo o del pueblo verdadero y auténtico– que a su vez generan fuertes orientaciones afectivas. El despliegue de emociones en la esfera pública invita así a analizar las formas en que las experiencias sociales concretas se enmarcan y recodifican en narrativas públicas que producen un excedente de afectos imaginarios. Las emociones son tanto una respuesta a la realidad como a los objetos imaginados.

Quién es Eva Illouz

♦ Nació en Marruecos en 1961.

♦ Estudió literatura y sociología en la Universidad de París X-Nanterre y realizó un máster en comunicaciones en la Universidad Hebrea de Jerusalén. Se doctoró en comunicación en la Universidad de Pennsylvania.

♦ Es directora de estudios en L’École des Hautes Études en Science Sociales (EHESS), profesora en el Departamento de Sociología y Antropología de la Universidad Hebrea de Jerusalén.

♦ Sus principales áreas de investigación comprenden la historia de la vida emocional, la teoría crítica aplicada al arte y a la cultura popular, el significado moral de la modernidad y el impacto del capitalismo sobre la esfera cultural.

♦ En 2022, fue distinguida por Academic Influence como una de las diez sociólogas más influyentes de la última década.

 

 

 

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